Hace dos días que no me llama. Y como le dio ahora con que nuestra relación es libre, sin nombre, no puedo exigirle nada. Pero el muy fresco sí me exige a mí bastantes cosas: que le cotice unos pasajes al sur para el próximo evento, que busque por todos los supermercados cercanos a la oficina unos chocolates finísimos para regalar a los clientes, que lo vaya a dejar a la casa porque le carga manejar, que le consiga nuevas promotoras porque al cliente no le gustaron las últimas…
A veces me dan ganas de no verlo más, de cerrar para siempre la puerta de mi corazón que le abrí hace casi diez años y comenzar de nuevo, con un hombre que realmente se la juegue por mí y no tenga problemas en andar conmigo de la mano por donde sea.
De hecho, y si la memoria no me falla, la única vez que estuvimos juntos sin preocuparnos por los demás fue en Antofagasta, donde el trabajo era poco y la paga muy buena. Tres días completos para nosotros dos, casi como una luna de miel: recorrimos las playas, nos sacamos fotos riéndonos como niños, comimos y tomamos harto, fumamos, hicimos el amor. Claro que nunca tomados de la mano porque no le gustan mucho las demostraciones públicas (a mi tampoco), pero si alguien nos veía podía notar sin problemas que somos pareja, por esa cosa de las actitudes que una hace sin darse cuenta.
Lo bueno es que en ese viaje logré que me abriera un poco su corazón y me dijera lo que realmente siente por mí. Se enredó un poco en las explicaciones, pero lo que sí me quedó grabado es que le da miedo enamorarse, y yo le aproveché de preguntar si ahora tenía miedo, y me dijo que sí, que se sentía enamorado de mí.
También la otra conclusión a la que llegamos es que sería imposible vivir juntos, porque (como dos buenos geminianos que somos) nuestros caracteres son demasiado fuertes y, tal como nos ocurre día a día en el trabajo, pasaríamos peleando y al final la convivencia diaria se transformaría en un infierno.
Me acuerdo que la felicidad por ese viaje me duró como un mes: él estuvo cariñoso, atento, me llamaba, nos veíamos más seguido y yo me sentí un poco más segura porque veía sinceridad en sus ojos. Quizás me valoró realmente como mujer y pudo darse cuenta de todo lo que yo he hecho por él en estos años, mis sacrificios y mi amor sin esperar nada a cambio, sólo un llamado o una mirada distinta a las demás.
Claro, porque su problema es que le gustan todas las mujeres. Hasta las que él me dice que no le gustan, como esa yegua que estaba a cargo de las promotoras para un evento bien grande. Lo pillé porque fue justo en esas épocas medias extrañas que pasa, que se aleja de mí y sólo trabajamos. Igual me acostumbré a esos períodos suyos como de distanciamiento; supongo que tiene cosas que pensar o está muy ocupado.
Pero esa vez fue diferente, porque no andaba malhumorado ni estresado: al contrario, no podía disimular una sonrisa como de satisfecho. Me hice la tonta, pero apenas pude le tomé el celular y le revisé las llamadas recibidas, realizadas y perdidas, anoté los números desconocidos para mí y sólo uno era el que más marcaba. El problema era que tenía sospechas sobre dos mujeres (ninguna de su tipo, porque cuál de las dos es más flacuchenta y sin pechugas, y se supone que le gustan pechugonas y harto de donde agarrar, en fin). Llamé a las agencias de las dos, como haciéndome la que estaba poniendo al día nuestra base de datos, y así fue como supe con la yegua que andaba. Le observé su felicidad por un mes completo, hasta lo seguí en mi auto en la noche, y vi con mis propios ojos como entraba al mismo motel que me llevaba a mí con la yegua esa.
No lo encaré sino que esperé que se le pasara la calentura. Me enfermé del estómago en esos meses, pero por lo menos bajé de peso y algo es algo. Obvio que a la yegua plana la trataba pésimo cada vez que iba a la oficina y los cheques para pago se los escribía mal. Si reclamaba por algo yo me hacía la que no me daba cuenta y asunto zanjado, además que con el cargo de conciencia que sentía por engañarme con esa estúpida no era capaz de retarme por tantos errores.
Después, cuando volvió a buscarme, me costó mucho perdonarlo y no hacerle comentarios hirientes, aunque que lo único que conseguía era tenerlo un día para mí y luego que se alejara por bastante tiempo, en ese mutismo lleno de gruñidos que me duele mucho. Hasta que me di cuenta que si no quería perderlo debía lavar mi corazón de toda la rabia y resentimiento.
Porque esa es la única manera en que lo siento mío.
5 comentarios:
Vaya, aquí reflejas muchísimas historias de oficina que conozco y que son muy ciertas, pero me da tristeza por estas chicas que se dejan pisotear tan horrible sólo por decir que tienen a un hombre al lado (pues, si entendí correctamente el relato)
Creo que este relato, de los que he leido, se ajusta muchísimo a la descripción de la tarea... el contraste entre la ley y el deseo.. entre lo bueno y lo malo.. y cómo la chica debe hacerse la de la vista gorda para tener al hombre a su lado...
Muy buen relato ;)
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Al contrario de Kate, yo no entendí la relación del relato con el objetivo de la tarea, pero aparte de eso, es fácil de leer y ameno.
No me parecio un relato que tuviera que ver con el tema de la tarea; es muy monotematica tambien tu forma de escribir desde la rabia y usando la palabra yegua sin pulir el lenguaje, pero creo que si hubo un esfuerzo en no usar tanto coa como es tu estilo. Interesante.
Veo la Ley en este relato, pero cual era el deseo? La chica siútica que no tiene mucho más que perder, lo hace todo por quedarse con el tipo... pero esa es la ley... es un personaje plano que no evoluciona. Sigue comportandose de la misma manera desde el comienzo del relato y no tiene ningún cambio significativo (y esta palabra la tengo que subrayar) al final del cuento. La ley se rompería si ella decidiera irse a África a hacer trabajos humanitarios y se olvida del compadre, o que terminara casándose con una lesbiana camionera o algo que rompa la ley y el comportamiento del personaje.
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