lunes, 10 de mayo de 2010

Lulita

Lulita es una niña muy obediente y tranquila; vive sola con su madre en una casa pequeña, en una pequeña cuadra de un pueblo más pequeño aun. Siempre viste impecable a pesar de tener muy poco dinero en casa, pero la madre se las ingenia para sacar unos pesos extra vendiendo pan amasado, para comprarle de vez en cuando un pinche para el cabello o unos calcetines. La madre de Lulita trabaja de una fábrica de quesos y llega tarde a casa. Lulita va a la escuela en la mañana, donde es la primera del curso, y cuando tocan la campana, sale muy derecha y camina a casa, sin desviar la atención en los chicos que la miran pasar. Aun cuando tiene 15 años, su madre la ha criado de forma muy estricta y no le permite salir sola ni recibir a nadie. Cuando llega a casa, se saca el uniforme, que deja muy estirado en la silla de la pieza que comparte con su madre. Luego almuerza sentada en la mesa de la cocina, el plato que esta en el horno. Cuando termina, lava la loza, y sale al patio a descolgar la ropa lavada, para luego plancharla. A las cinco en punto termina y se sienta de nuevo en la mesa con una taza de te, esta vez con sus cuadernos, a hacer las tareas hasta las ocho. Al atardecer, ve pasar a sus compañeras y compañeros de escuela rumbo a la plaza, donde solo va con su madre los domingos a la misa de ocho, y ocasionalmente a comprar en las tiendas cercanas.

Un día en el colegio, la directora anuncia que se realizará un festival para reunir fondos para reparar el techo de la escuela. También les cuenta presa de entusiasmo que como broche de otro, tendrán la visita del cantante de moda juvenil e ídolo del momento, Juan Sadé, quien dará un concierto para donar dinero a la escuela. Lulita lo ama en secreto, y tiene guardada bajo una tabla suelta del piso, una foto de su amado. Cuando dicen el nombre del cantante, Lulita se pone roja y siente que el corazón le saldrá por la boca, así que reprime sus sentimientos y se queda quieta, intentando que su turbación pase inadvertida. Cuando terminan las clases camina excitada a casa. La primera vez que viò a Sadé, fue hacía unos meses cuando fue con su madre de visita a la casa de su madrina; ahí estaba en la pantalla del televisor en el programa sabatino de la tarde: moreno, alto, con un traje negro, cantando canciones de amor que le erizaron los pelos de los brazos. Alguna vez le gustò un chico, pero èl nunca la mirò. Sadé era diferente y veía en sus ojos la señal de que esas canciones las estaba cantando para ella. Lo había visto un par de veces más, y lo escuchaba en la radio de la cocina después de la tarea, que es cuando su madre le permitía prenderla, pero no siempre tenía suerte, y solo tocaban a otros artistas. Ahora caminaba a casa, como cada tarde, pero algo había cambiado, una emoción desconocida, una ansiedad, una promesa.

Durante las semanas que pasaron, Lulita intentó hablar con su madre y pedirle permiso para asistir al concierto, pero sabía que diría que no, que era imposible dejarla salir de noche a la plaza del pueblo, donde se celebraría el pequeño concierto. Cada tarde cuando su madre volvía, saludaba a Lulita en forma seca; no era una mujer muy cariñosa, pensaba que el afecto se demostraba de otras formas. Le preguntaba como le había ido en la escuela, si había hecho la tareas, y se ponía el delantal. Lavaba la ropa y preparaba la comida. La niña permanecía expectante ante alguna señal de su madre, una sonrisa, algo que le dijera que era un buen momento para preguntar, pero la mujer permanencia ausente y ella no se atrevía a decir una palabra. Lulita se iba a la cama, y cuando las luces se apagaban, lloraba en silencio, porque sabía que nunca podría estar frente a frente a su príncipe de voz maravillosa.

La fecha llegó, y fue a la escuela como cada mañana; hubo una clase temprano y luego salieron todos al patio a preparar las actividades anunciadas; las chicas y chicos confeccionaban plumeros de papel de diarios, letreros y pendones de colores, decorando con ellos los pasillos. Hacia un día hermoso de primavera, aunque el sol no calentaba del todo. Quieta en su pupitre, hacía dibujos para los carteles; no era una niña muy sociable y no tenia amigas, a nadie a quien contarle esa corriente subterránea de emociones que la tenían exaltada y triste a la vez. Cuando llegò la tarde partió a su casa. Cuando llegó, se sentó en la mesa de la cocina, sin comer siquiera y se quedó ahí, estática, por horas, sin poder llorar. La ropa quedó colgada y tiesa de sol, la comida se cubrió con una dura capa y la plancha esta vez no salió del viejo mueble. Cuando empezó a oscurecer, sintió los gritos de los chicos que iban camino a la plaza, vestidos con sus mejores trapos y moviendo al aire sus plumeros de papel. Esta vez hacían más ruido que de costumbre, pues iban coreando las canciones de Juan Sadé.

Se levantó y fue a la habitación, se sentó en la cama y se desnudó. El reflejo de la luz que venía de la luna toco su piel, y se observó en el espejo del ropero; sus labios rojos y abultados, su mirada de mujer, ya no de niña, sus ojos y su pelo largo y negro bajando por sus pechos erguidos; sacó sus ropas de domingo de un cajón y se vistió en la oscuridad. Salió de casa y enfilo por el pequeño camino de tierra hacia la plaza. A medida que iba caminando, comenzaban a verse las primeras luces y el sentir el ruido de la gente. Unos niños tiraban petardos y encendían estrellitas de luz, y multitudes de personas se agolpaban para acercarse al escenario. Extasiada, observada envuelta de ese ambiente iluminado y festivo, de vendedores ambulantes con sus manzanas confitadas y yo-yos de colores, de malabaristas y magos leyendo las cartas a ilusionados parroquianos. A medida que pasaban los minutos el miedo iba pasando, porque Lulita le tenia miedo a todo; a estar sola tan lejos de casa, aunque solo fueran una cuadras, a la oscuridad, a los perros, al disgusto de su madre cuando volviera a casa. Si, eso era lo que mas temía, aun cuando nunca la había castigado de ninguna forma; el solo pensar en desobedecerla no la dejaba del todo tranquila. Se fue acostumbrando al bullicio, y trato de acercarse lo más que pudo al escenario, hasta que divisó a unas compañeras de curso que se asombraron al verla. Lulita las miró tímida, y en vez de ignorarla, la llamaron sonrientes para que se acercara, y le regalaron un plumero de papel. Los parlantes anunciaron la llegada del artista, y la música empezó a sonar cada vez más fuerte, hasta que Juan Sadè apareció elegante y seductor. Lulita gritaba, y cantaba y reía en medio de cientos de personas, mientras veía al hombre más hermoso de la tierra cantando “Si supieras lo que esperé por ti”. Las emociones eran tantas, risa, llanto, sensación de libertad, todas condensadas en la hora que duró el concierto. En medio de vítores y vises, el cantante dijo adiós al pueblo, prometiendo amarlos y adorarlos para siempre.

La multitud se fue abriendo, y se despidió de sus compañeras como si fueran amigas. Nos vemos en la escuela!!! le gritaron, y Lulita sintió que su vida ya no sería la misma a partir de mañana, que era el día más feliz de su vida, y que nunca lo olvidaría. Se sintió fuerte, tranquila y empezó a caminar entre la multitud cada vez mas dispersa, cuando notò que alguien la seguía de cerca; siguió unos pasos mas sin atreverse a mirar, mientras el miedo se apoderaba de ella imaginando los peligros de la noche. “Lulita” llamó la mujer, y al darse vuelta se encontró con su madre que la miraba; Lulita quiso hablar pero la madre le dijo con la mirada que no era necesario. La miró asombrada, llena de preguntas, pero la madre estaba serena, con un amago de sonrisa en su boca. Y como cuando era domingo, caminaron las dos mujeres tomadas del brazo rumbo a la casa en medio de la noche.

4 comentarios:

Kate dijo...

Que bonito relato... y pues, menos mal lulita no se metió en ningún problema!
Sobre la técnica... no sé... creo que es el objetivo de la tarea.. pero eso se lo dejo a los expertos.

Un relato muy lindo!

M dijo...

Hay unas frases que me gustan mucho de tu texto, que las encuentro magníficas, por ejemplo: la ropa quedó colgada y tiesa de sol, y que me recuerdan a esos escritores chilenos de antaño, de mis libros de la niñez y adolescencia. El relato es un poquito largo, muy detallado, lo que no es malo tampoco, pero si tengo que hacer hincapié en pequeñas faltas (tildes y letras cambiadas) que se notan en el relato, pero por supuesto, no lo hacen menos interesante.
Lo que más me gustó de tu relato fue el final, casi que me sentí en el lugar de Lulita, ”pillada en falta” por mi madre, y una oleada de sentimientos se me vinieron al cuerpo, desde ese nerviosismo en el estómago hasta el susto de las pupilas dilatadas por la sorpresa… Me pareció un buen ejemplo de la tarea :D
Pd: lo releo y me vuelve a recordar a esos relatos ”rurales” del siglo pasado. Me gusta!

Caro Poblete dijo...

Gracias estimadas; la verdad es que no me pareció mi mejor relato, de hecho no me satisfizo por completo, el tiempo para hacerlo fue el mínimo, la ausencia de musas y el exceso de pega en las ultimas semanas fue total. Aun así, me propuse hacerlo y lo termine sin que quedara feliz con el. Tengo que trabajar con los famosos tildes, me manejo casi el 90% del tiempo en ingles, y se me olvida escribir en castellano, pero me esmeraré. Espero seguir aquí., espero que haya más quórum. Besos.

Afumhue dijo...

Tienes algunos detalles, es verdad... Pero son TAN mínimos. en algunas partes le falto un poco de acercamiento al lector, como fluidez (seguramente te diste cuenta de eso antes) pero aun asi, me encantó el relato. Coincido con Macarena... este cuento tiene olor a campo... te felicito :)