jueves, 7 de octubre de 2010

Evidencia

Fue una noche terrible. Primero pensé que era un resfrío que estaba empezando, porque a ratos me moría de calor y sudaba y a ratos temblaba y sentía que el frío me calaba los huesos. Al otro día tenía que levantarme temprano. Era el día de defensa de mi tesis, el día que culminaba mi esfuerzo de cinco años de sacrificio. Quizás eran sólo nervios. Me dormí a saltos.

Eran pasadas las tres de la mañana cuando me desperté. La luz de la luna se filtraba por la cortina que cubría mi ventana. La casa estaba tan silenciosa que me llamó la atención. No se oía ni un crujido nocturno de la casa expandiéndose o recogiéndose, ni los ladridos de algún perro solitario e insomne, ni los maullidos de alguna gata en celo sobre el tejado vecino. Sólo oía el silencio y el latido acelerado de mi corazón. Corrí la cortina para tapar la ventana completamente, pensé que era la luz lo que me había despertado, y me tapé hasta la nariz. Sin una razón aparente, recé un padrenuestro. No lo hacía desde hacía años. Volví a dormirme.

Cuando me desperté nuevamente y miré el reloj, me dí cuenta de que sólo habían pasado quince minutos. Algo estaba mal, mi cuerpo me avisaba que algún peligro invisible y desconocido me acechaba. Pensé que eran paranoias mías y que un vaso de leche tibia solucionaría mi dificultad para conciliar el sueño, pero cuando quise levantarme...

No podía moverme. No podía hablar. Pensé que era una pesadilla. Mil veces había oído hablar de ese estado de semiconsciencia en que no estás completamente dormida ni completamente despierta. Sentía que estaba despierta, mi mente estaba despierta, pero mi cuerpo estaba totalmente inmóvil y adormecido. Los ojos, sin embargo, podía girarlos y ver a mi alrededor. El reloj en la mesa de noche, la cortina cubriendo la luz de la ventana y en la puerta... en la puerta ví la sombra.

Cuando ví esa sombra claramente humana parada en la puerta, sentí que un aullido inhumano, gutural y primitivo escapó de mi garganta. Era miedo, miedo puro, miedo irracional. Un escalofrío de terror me recorrió la columna, una corriente de terror me paralizó el corazón por un microsegundo. Cerré los ojos fuertemente. Padre Nuestro que estás en los cielos...

Una pesadilla, tenía que ser una pesadilla. Aún así, seguía sin poder mover el cuerpo y no me atreví a abrir los ojos. Los muelles de mi cama crujieron. Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino...

Por favor, por favor, por favor, supliqué. Sea lo que sea, Diosito, que se vaya, por favor, protégeme. Sentí el peso de un cuerpo sobre mi cuerpo. Me oprimía el pecho, me costaba respirar. Sentía los latidos del corazón enfurecidos en mi garganta. El peso sobre mi cuerpo incrementaba, me iba a aplastar, me iba a reventar. Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo...

Por fin pude gritar y con el grito, el peso desapareció. Salí corriendo de mi habitación y me refugié en el dormitorio de mi hermana. Se asustó al verme. Le dije que había tenido una pesadilla horrible y que me dejara quedarme con ella. Pasé las pocas horas hasta la mañana soñando pesadillas extrañas y difusas.

Por la mañana me fui a la universidad. Defendí mi tesis mediocremente, pero obtuve una nota aceptable. Nos fuimos a celebrar con mis compañeros. Yo no podía sentirme alegre. Algo me oprimía el corazón y miraba con temor cada esquina, cada persona, cada rincón de oscuridad. Un par de tragos más tarde ya sentía el alma más ligera. Qué tonta había sido. Me había asustado una pesadilla sin sentido. Ya estaba oscuro cuando cada uno se fue a su casa.

Del paradero a mi casa hay dos cuadras de distancia. El miedo volvió a asaltarme cuando me encontré en la calle vacía y silenciosa. Decidí caminar por el medio de la calle, lejos de las sombras de los árboles. Varias luces de los postes empezaron a parpadear cuando estaba a mitad de camino. Sentí pasos detrás mío. Me volví a mirar. Ahí estaba de nuevo. La sombra me seguía. Corrí desesperada hasta llegar a mi casa.

En casa no hay nadie. Tengo miedo. Hasta hoy nunca creí en estas cosas. Tengo todas las luces prendidas y siento que me va a dar un ataque cardiaco cada vez que parpadean. Llamé por teléfono a mis padres y a mis hermanos, pero los teléfonos no comunican. No me atrevo a salir de la casa. Escribo estás líneas porque...






El resto de la carta está ilegible. Es la única evidencia que se ha encontrado de la desaparecida. En su habitación no hay señales de forcejeo ni de que ha estado aquí después de haber salido por la mañana. Las últimas personas en verla fueron sus compañeros de universidad. Los padres nos llamaron al llegar a casa y encontrar todas las luces encendidas, sin señales de su hija. Se procede a dar el parte a la sección de personas desaparecidas. No se descarta alguna enfermedad mental latente y/o el uso de drogas alucinógenas, de acuerdo a lo leído en la carta encontrada en la mesa de noche. Se da el parte a hospitales e instituciones de salud mental.

Firma.
Tte. Marcos González
Santiago, 07 de septiembre de 2010

2 comentarios:

Kate dijo...

Suspenso... ya te dije que eres excelente escribiendo este tipo de historias!!

Me quedé con curiosidad por saber qué le habrá pasado. ¿Drogas o un ente real?, fuere lo que fuere es inquietante!

Excelente relato.

M dijo...

Gracias Kate :D

Precisamente quise dejarlo con ese final abierto de... Qué habrá sido??

Yo igual me inclino por un ente, jejeje...

Un abrazo!