- Vamos, nena.
- No, me da miedo, ¿qué tal que nos vea alguien?
- ¿Quién nos va a ver? son las tres de la mañana
- No importa, ¿qué tal que haya alguien desvelado y mire por la ventana?
- Pues que vea, vamos, tú sabes que quieres.
Así fue como terminamos esa madrugada en la terraza de la casa, el vino de la noche anterior había nublado mis sentidos y me había excitado. Sentía todo mi cuerpo caliente, quería ser tocada, lamida, penetrada, quería muchas cosas, y él también. El ambiente prohibido y a la vez peligroso hacía que nuestra excitación se elevara, pero cuando empezó a besarme, a meter su lengua en mi boca, decidí dejar los temores de lado y entregarme a esa pasión animal que crecía con el paso del tiempo.
Mientras me besaba, su mano jugaba con los botones de mi camisa, que arrancó de un solo tirón, dejándome expuesta al frio de la madrugada; luego su boca bajó por mi cuello, sentía su saliva caliente mientras su boca aprisionaba el nacimiento de mi seno mientras que sus manos en la parte trasera de mi espalda quitaban mi sujetador con precisión quirúrgica. Su boca se entretuvo lamiendo mis pezones, que se pusieron duros, anhelantes.
Yo me sentía en una película, admirada, deseada, excitada, quería que me vieran, quería mostrarle al mundo el fuego que me abrasaba y me quería consumir. Lentamente bajó su boca por mi estómago mientras deslizaba la falda por mis piernas. Se detuvo a jugar con mis tanguitas, que arrancó con fuerza mientras yo sentía el calor incrementarse en todo mi cuerpo. Rápidamente abrí las piernas y su lengua desesperada exploró mi vagina en toda su extensión, sentía que se deslizaba de arriba a abajo para volver a subir y deteniéndose en mi punto exacto que rápidamente me provocó una, dos y tres oleadas de placer.
Al parecer su excitación era mucho más de lo que podía controlar porque no me dio tiempo de retribuirle el acto: intempestivamente me cargó, me apoyó contra la pared y me penetró fuertemente, como un animal en celo. Mi éxtasis iba creciendo y no pude evitar empezar a gritar de la mezcla de dolor y placer que sentía. Cada penetración era una puñalada de goce. Finalmente cuando no pude resistir más, exhalé un grito final, seguido poco después por su propio grito y sentí su fuerte chorro dentro de mí, lo que me hizo gozar aún más.
No hubo amor, ni sentimientos, sólo pasión salvaje desbordada, aunque nunca olvidaré la cara espantada de la vecina que, desvelada, nos miraba desde la casa del frente.
2 comentarios:
Kate! me gustó mucho el relato! jajaja, no se por qué tenía la idea de que no ibas a escribir algo tan "gráfico"! se me pararon los pelos de los brazos... me lo imaginé todo, cual vecina curiosa y (no tan) espantada. Me sugtó mucho, mucho, me parece que está super bien escrito, todo el relato demuestra eso que dices al final: no hubo amor ni sentimientos, solo pasión... Y la frase donde él dice: vamos, tú sabes que quieres... jajaja... Nah, no sé que más agregar, me pareció buenísimo simplemente.
jajaja, todo un placer leer tu relato, Kate. al igual que Macarena, no esperaba un relato tan gráfico, por lo que ha sido una sorpresa, y de las buenas. más allá de las consideraciones técnicas (en ese aspecto, también es un buen texto), la fortaleza de este relato radica en su forma de envolver y estimular emocional y eróticamente al lector con el lenguaje, con las palabras diestramente elegidas, con la narración pormenorizada del acto carnal. por un momento, temí que cayeras en el cliché del sexo animal puramente físico y sin sentido del humor, pero borraste toda sospecha con ese excelente final chascarriento. de todas formas, cuidado con recurrir a palabras demasiado manoseadas cuando se habla de sexo ("amor", "sentimientos", "pasión"). en fin, un muy buen relato. felicitaciones.
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