lunes, 9 de agosto de 2010

La cascada de la bruja

Cierta vez encontraron intestinos y sangre en la gruta detrás de la cascada. Se dijeron muchas cosas, entre ellas que eran las tripas que las brujas vomitaban para poder transformarse en pájaros malditos que anunciaban la muerte. Las supuestas brujas después, se suponía, volvían a la gruta, ingerían sus propios intestinos y recuperaban su forma humana. Más tarde se demostró que los intestinos eran animales y surgieron otras teorías, se habló de cultos satánicos y de orgías con animales, pero el nombre, la cascada de la bruja, perduró para siempre.

La gruta es usada normalmente para fiestas entre estudiantes, quienes se desafían los unos a los otros a cruzar la cascada y entrar a la gruta por la pequeña cuesta que rodea el borde, casi invisible para quien no conoce el terreno, y difícil de sortear con el cuerpo sobrio. En lo que llevo de policía me ha tocado ver tres estudiantes ahogados y varios con una pierna rota e intoxicados. Yo mismo, en mis tiempos de estudiante, participé en alguna que otra excursión a la cascada de la bruja. Lo típico era después de una fiesta, cuando el ambiente empezaba a decaer y los grados de alcohol en el cuerpo a subir, alguien proponía ir a la cascada de la bruja. Nadie se negaba. Nadie quería parecer cobarde. Nos íbamos conduciendo con cuidado, de suerte ninguno se mató en un accidente de tránsito, y llegábamos cuando casi estaba amaneciendo. Nos quitábamos los zapatos y los calcetines, nos arremangábamos los pantalones y con mucho cuidado bajábamos primero, afirmándonos con mucho cuidado de alguna planta, algún arbusto, alguna saliente rocosa, hasta la cuesta. De ahí caminábamos un par de metros haciendo equilibrio hasta la cascada. La perspectiva de caer al agua fría nos despejaba la cabeza y lográbamos llegar con éxito.

Dentro de la gruta se sentía la humedad que te respiraba en los huesos, que te helaba los pies descalzos. Encendíamos alguna vela dejada por alguien, o alguna de las nuestras. Era un código silencioso de honor, siempre llevar a la gruta algo que usaríamos y algo que dejaríamos para quien viniera después. Era algo así como un apartamento común. Todos habíamos contribuido a amoblarlo y decorarlo. En las paredes habían pinturas, nombres, fechas, un John Lennon hecho a carbón, una Madre Teresa en tonos tierra. Mi esposa, en ese tiempo mi novia, solía abrazarse a mí y decirme que no le gustaba estar ahí. Había algo malsano en el aire, me decía, y yo aprovechaba de sujetarla con fuerza contra mi cuerpo.

La fiesta solía morir en la gruta. A veces nos quedábamos hasta tarde, desayunábamos cerveza y los restos de la fiesta, esperábamos a que saliera el sol y nadábamos. El agua de la cascada era fría como el hielo, me dolían los testículos de nadar ahí.

Con los años dejamos de ir a la cascada de la bruja. El trabajo, los estudios, la familia, los hijos... No pensaba en la cascada de la bruja hasta el siguiente caso de un estudiante herido o en el peor de los casos, muerto, y volvía a recordar mis tiempos de estudiante. Ayer, sin embargo... Alguien nos llamó diciendo que desde la cascada de la bruja de oían gritos inhumanos. Normalmente no son estudiantes en un día de semana los que circulan por la cascada de la bruja. Pensamos que podía ser alguien herido, así que me dirigí allá con mi autopatrulla y una ambulancia. Me costó bajar hacia la cuesta con mi uniforme rígido y mis bototos militares, además de que los años no han pasado en vano. Con cuidado, recorrí la cuesta hasta la gruta. Los paramédicos esperaban una orden mía para bajar. No escuchaba ni un solo sonido, ni un grito, ni un gemido. Quizás había sido un animal agonizando o alguna broma, o bien la superstición de la gente que a veces juega malas pasadas. De todas formas, me quise asegurar de que no había nadie dentro de la gruta. Entré apuntando con mi linterna y lo que ví... Lo que ví...

En el suelo habían varias frazadas sobre la dura roca. En los muros, aún estaban John Lennon y la Madre Teresa como guardianes borrosos de la gruta, compartiendo el espacio con nombres y fechas que seguramente se habían añadido después de mis tiempos. Al fondo de la gruta, las llamas oscilaban sobre dos velas casi consumidas. Sobre las frazadas, una mujer inconsciente yacía apoyando la cabeza en el muro, las piernas abiertas, desnuda de cintura para abajo y entre las piernas, sus tripas asomando sangrientas. Recordé la leyenda a la que la cascada le debía el nombre, pero entonces ví en un rincón de la gruta un movimiento, me llevé la mano a la pistola rápido y le grite a eso, fuera lo que fuera, que se quedara quieto o dispararía. Una mujer, una anciana, levantó las manos. Me dijo que no le disparara, que estaba desarmada. Me acerqué a ella y ví que tenía las manos llenas de sangre. Siempre apuntándola, me acerqué a la mujer, una jovencita en realidad, cuando la miré de más cerca, que yacía en el suelo. Estaba muerta. Inmovilicé a la vieja, la esposé, y llamé a los paramédicos.

Una vez en el cuartel, interrogué a la vieja. Me dijo que desde hacía años practicaba abortos en la gruta de la cascada de la bruja. El lugar era ideal, oculto, de difícil acceso, la superstición de la gente mantenía alejados a los intrusos y la vieja nunca practicaba los abortos en un fin de semana, porque sabía que los estudiantes podrían acercarse. Después de practicado el aborto lanzaba el feto al agua o lo enterraba por las cercanías. Me dió escalofríos pensar en esos pequeños fetos de forma semi humana hundiéndose en el agua, los estudiantes nadando sobre ellos. Algo había salido mal esta última vez, me dijo la vieja. La chica le había dicho que tenía varios meses menos de gestación de los que en realidad tenía, el bebé estaba cruzado, la chica era débil... Moví la cabeza con pesar. La vieja se iba a llevar al menos 10 años de cárcel por la muerte de la chica y el aborto. Me fui a casa con la cabeza confundida.

Mientras miraba una antigua foto de la cascada de la bruja, le conté a mi mujer lo que había pasado. Siempre te dije que ese lugar estaba maldito, que había algo raro en el aire, me dijo ella. Tomó la foto de mis manos, la miró con detenimiento y me dijo: nunca me había dado cuenta, pero la cascada de la bruja tiene la forma de una mujer pariendo. Volví a mirar la foto. Ví que tenía razón. Las rocas de los lados eran sus piernas, el agua eran sus interiores sangrantes y palpitantes. No me costó visualizar el resto de la jovencita muerta y de su hijo nonato. Sin poder evitarlo, vomité.

6 comentarios:

Kate dijo...

WOW!!! sin palabras! aplaudo la historia tan magnifica que hilaste alrededor de esta foto.

Sencillamente magnifico cómo logras tomar de la foto su parte física y mezclarla con una excelente historia de suspenso.

Mil felicitaciones!!!

Hada de Luz dijo...

Me dio escolofríos...
Como puedes imaginar tantas cosas, siempre me han asombrado las historias tenebrosas que cuentas y logras involucrarme tanto en la historia que parecen historias reales.
Increible!

Yiyo dijo...

Genial...

M dijo...

Gracias Kate! La verdad es que la foto fue la que más me inspiró de todas las que usamos en este proyecto, y apenas la ví se me vino a la cabeza esta idea, por eso cuando propusiste cambiar la tarea dije nooooooooo jajajaja, gracias a ti por la inspiración! Un abrazo!

M dijo...

Gracias Hada :) cierto que da susto? cuando la estaba escribiendo sonó el teléfono y casi me dió un infarto, jajaja, así que estaba esperando una reacción similar en los lectores.

Un beso, linda, gracias por comentar :)

M dijo...

Gracias Yiyo :) Vuelve siempre, aunque sea a comentar...

abrazos y suerte en todo, gracias por este tiempito con nosotras.