La tarea de esta semana es la foto de Kate y la tomó prestada de aquí:
Saludos. Nos leemos!
viernes, 23 de julio de 2010
lunes, 19 de julio de 2010
La Pasantia
Era la primera fiesta a la que me invitaban desde que empece mi pasantía de verano en aquella multinacional reconocida. Yo tenia 18 años y me sentía grande, importante, casi toda una ejecutiva, excepto que todavía me faltaban tres años para graduarme y era todavía en gran parte dependiente de mis padres.
La fiesta la había organizado mi cuasi jefe. Un argentino muy divertido con el cual coqueteaba inocentemente durante horas de oficina. El argentino era guapo pero no me interesaba. Ya había puesto los ojos en Juan, un chico de mi edad que me gusto desde que lo conocí cuando nos presentaron. Juan también estaba haciendo una pasantía ese verano. Yo tenía a Juan en la mira como prospecto de amor de verano y ya nos habíamos besado entre copas - sin compromiso, por supuesto. Juan estaba conmigo en la fiesta solo como "amigo"
El argentino había puesto unos cuantos chorizos en la barbacoa. Estábamos en la terraza y una leve brisa nos traía el olor de la carne. Juan y yo conversábamos con otros chicos de nuestra edad que trabajaban con nosotros. El vino tinto había empezado a correr por mis venas y yo empezaba a tener una exquisita sensación de levedad. El timbre sonó y un hombre maduro entro, le dio un abrazo al argentino y le entrego una copa de vino. El argentino y el recién llegado se acercaron a nosotros.
- Les presento a Tomas, gerente de mercadeo. Dijo el argentino
Extendí mi mano y con una sonrisa me presente al gerente. El, apretó mi mano un poco mas largo de lo normal y me pregunto que estudiaba. Empezamos a conversar en grupo y poco a poco nos fuimos quedando solos. Al principio hablamos sobre el campo profesional: lo que el hacia, lo que yo quería hacer con mi carrera, y cosas por el estilo. Después de unas tantas copas lo profesional quedo atrás y conversábamos sobre lo delicioso que era bailar. Me pidió que bailáramos y así lo hicimos por casi el resto de la noche. Juan nos interrumpió y me dijo que se iba. Me sentí apenada por haberlo dejado solo todo ese tiempo así que me despedí de Tomas y me fui con Juan.
Al día siguiente me encontré con Juan y su amigo en un festival de Jazz. Mientras escuchábamos una de las bandas de Jazz, el amigo de Juan recibió una llamada en su celular. Hablo un par de minutos y luego se dirigió a nosotros:
-Era mi amigo que se va a encontrar con nosotros. Viene para acá en un par de minutos.
Unos minutos después, llego, nada mas y nada menos, que Tomas. Me sonroje al verle y me sentí un poco incomoda estando con el y Juan en el mismo sitio. Lo salude de beso en la mejilla. Nos tomamos unas cervezas y al final de la noche Tomas se brindo a llevarme a casa, con la excusa de que mi apartamento estaba en camino al suyo. Me fui con Tomas y cuando llegamos a su auto, un Audi TT del año, vi que tenía mi chaqueta, la que había olvidado en la casa del argentino la noche anterior.
- La dejaste en la fiesta anoche y quería asegurarme de que la tuvieras de vuelta…y también quería asegurarme de que te volvería a ver. Me gustas, y me gustaría invitarte a comer mañana.
- Me encantaría.
Fuimos a comer y a bailar varias veces. Tomas me llevaba a sitios elegantes, ordenaba vinos exquisitos y champaña con cada cena. Siempre hablaba de los negocios que estaba a punto de cerrar, de los países que visitaba en sus viajes de negocios, de los sitios a donde me quería llevar. Con el me sentía como una mujer sofisticada, madura y sensual. Cada vez que nos tocábamos sentía corriente en todo el cuerpo. Hacíamos el amor todo el tiempo y en todas partes. Nunca pensé que fuese posible explotar en éxtasis una y otra vez en una sola ocasión, pero así lo fue con Tomas. Nunca hablamos del estatús de nuestra relación y yo seguía saliendo con Juan de vez en cuando pese a que me la pasaba contando los minutos hasta el próximo encuentro con Tomas.
Era el ultimo día de nuestra pasantía. Tuvimos una fiesta de despedida en el trabajo. Mientras comíamos pastel, Juan me tomo de la mano y me guío a una oficina vacía. En aquella oficina me dijo que me amaba y que quería que fuera su novia aunque viviéramos en diferentes ciudades. Lo vi tan frágil y sincero y aunque mi voz interna me decía que fuera honesta, no podía soportar la idea de verlo decepcionado, así que mentí y le dije que si. Juan me invito a cenar a un restaurante elegante esa noche para celebrar.
Mientras caminábamos a nuestra mesa me quede pálida al ver que en la mesa de al lado estaba Tomas con otra mujer. Me quería morir. Le invente una excusa a Juan, y le dije que no me sentía bien y que me tenia que ir. Juan intento convencerme de que me llevaba a casa y yo me negué. Mientras caminaba hacia la puerta, la mirada de Tomas encontró la mía. Salí rápido del lugar y caminaba llena de ira y vergüenza al mismo tiempo. Me lo merecía. Debí haber sido honesta con Juan. si lo hubiera sido, no hubiera visto a Tomas con otra. No me sentiría culpable y engañada a la vez.
A la media noche tocaron en mi puerta. Abrí medio dormida y me sorprendí al ver a Tomas.
-Quiero pedirte disculpas.
-¿A que te refieres?
- Te mentí. Soy casado, y nunca te lo dije.
Agarro mi mano en la noche oscura y me beso.
- Te amo. Ya no siento nada por mi esposa. Quiero estar contigo. No me importa lo que cueste.
Lo mire con tristeza y le dije:
- Yo también te mentí. Estoy saliendo con Juan y la verdad no estoy lista para una relación con alguien tan mayor. Gracias por mostrarme aquel mundo clamoroso, pero lo nuestro, no puede ser. Todavía soy muy joven e inmadura aunque estuve jugando a mujer por un rato contigo, nunca podré ser quien soy. Mas no me arrepiento de los momentos contigo y espero algún día volver a sentir sensaciones tan intensas con alguien mas. Adiós Tomas.
Lentamente sentí mi mano escabullirse de la suya en la oscuridad y deje atrás aquella sensación correntosa que había sentido durante el verano. Cerré la puerta tras de mi y me dirigí hacia el teléfono. Levante el auricular y le marque a Juan.
- Àlo.
- Hola Juan. Es Ana. Quiero decirte que todo este tiempo he estado saliendo con otro hombre. No quiero ser tu novia. Perdóname y suerte en tu vida.
Colgué el teléfono mientras una lagrima se escurría por mi mejilla, y en ese momento me di cuenta, que ya no era una niña.
La fiesta la había organizado mi cuasi jefe. Un argentino muy divertido con el cual coqueteaba inocentemente durante horas de oficina. El argentino era guapo pero no me interesaba. Ya había puesto los ojos en Juan, un chico de mi edad que me gusto desde que lo conocí cuando nos presentaron. Juan también estaba haciendo una pasantía ese verano. Yo tenía a Juan en la mira como prospecto de amor de verano y ya nos habíamos besado entre copas - sin compromiso, por supuesto. Juan estaba conmigo en la fiesta solo como "amigo"
El argentino había puesto unos cuantos chorizos en la barbacoa. Estábamos en la terraza y una leve brisa nos traía el olor de la carne. Juan y yo conversábamos con otros chicos de nuestra edad que trabajaban con nosotros. El vino tinto había empezado a correr por mis venas y yo empezaba a tener una exquisita sensación de levedad. El timbre sonó y un hombre maduro entro, le dio un abrazo al argentino y le entrego una copa de vino. El argentino y el recién llegado se acercaron a nosotros.
- Les presento a Tomas, gerente de mercadeo. Dijo el argentino
Extendí mi mano y con una sonrisa me presente al gerente. El, apretó mi mano un poco mas largo de lo normal y me pregunto que estudiaba. Empezamos a conversar en grupo y poco a poco nos fuimos quedando solos. Al principio hablamos sobre el campo profesional: lo que el hacia, lo que yo quería hacer con mi carrera, y cosas por el estilo. Después de unas tantas copas lo profesional quedo atrás y conversábamos sobre lo delicioso que era bailar. Me pidió que bailáramos y así lo hicimos por casi el resto de la noche. Juan nos interrumpió y me dijo que se iba. Me sentí apenada por haberlo dejado solo todo ese tiempo así que me despedí de Tomas y me fui con Juan.
Al día siguiente me encontré con Juan y su amigo en un festival de Jazz. Mientras escuchábamos una de las bandas de Jazz, el amigo de Juan recibió una llamada en su celular. Hablo un par de minutos y luego se dirigió a nosotros:
-Era mi amigo que se va a encontrar con nosotros. Viene para acá en un par de minutos.
Unos minutos después, llego, nada mas y nada menos, que Tomas. Me sonroje al verle y me sentí un poco incomoda estando con el y Juan en el mismo sitio. Lo salude de beso en la mejilla. Nos tomamos unas cervezas y al final de la noche Tomas se brindo a llevarme a casa, con la excusa de que mi apartamento estaba en camino al suyo. Me fui con Tomas y cuando llegamos a su auto, un Audi TT del año, vi que tenía mi chaqueta, la que había olvidado en la casa del argentino la noche anterior.
- La dejaste en la fiesta anoche y quería asegurarme de que la tuvieras de vuelta…y también quería asegurarme de que te volvería a ver. Me gustas, y me gustaría invitarte a comer mañana.
- Me encantaría.
Fuimos a comer y a bailar varias veces. Tomas me llevaba a sitios elegantes, ordenaba vinos exquisitos y champaña con cada cena. Siempre hablaba de los negocios que estaba a punto de cerrar, de los países que visitaba en sus viajes de negocios, de los sitios a donde me quería llevar. Con el me sentía como una mujer sofisticada, madura y sensual. Cada vez que nos tocábamos sentía corriente en todo el cuerpo. Hacíamos el amor todo el tiempo y en todas partes. Nunca pensé que fuese posible explotar en éxtasis una y otra vez en una sola ocasión, pero así lo fue con Tomas. Nunca hablamos del estatús de nuestra relación y yo seguía saliendo con Juan de vez en cuando pese a que me la pasaba contando los minutos hasta el próximo encuentro con Tomas.
Era el ultimo día de nuestra pasantía. Tuvimos una fiesta de despedida en el trabajo. Mientras comíamos pastel, Juan me tomo de la mano y me guío a una oficina vacía. En aquella oficina me dijo que me amaba y que quería que fuera su novia aunque viviéramos en diferentes ciudades. Lo vi tan frágil y sincero y aunque mi voz interna me decía que fuera honesta, no podía soportar la idea de verlo decepcionado, así que mentí y le dije que si. Juan me invito a cenar a un restaurante elegante esa noche para celebrar.
Mientras caminábamos a nuestra mesa me quede pálida al ver que en la mesa de al lado estaba Tomas con otra mujer. Me quería morir. Le invente una excusa a Juan, y le dije que no me sentía bien y que me tenia que ir. Juan intento convencerme de que me llevaba a casa y yo me negué. Mientras caminaba hacia la puerta, la mirada de Tomas encontró la mía. Salí rápido del lugar y caminaba llena de ira y vergüenza al mismo tiempo. Me lo merecía. Debí haber sido honesta con Juan. si lo hubiera sido, no hubiera visto a Tomas con otra. No me sentiría culpable y engañada a la vez.
A la media noche tocaron en mi puerta. Abrí medio dormida y me sorprendí al ver a Tomas.
-Quiero pedirte disculpas.
-¿A que te refieres?
- Te mentí. Soy casado, y nunca te lo dije.
Agarro mi mano en la noche oscura y me beso.
- Te amo. Ya no siento nada por mi esposa. Quiero estar contigo. No me importa lo que cueste.
Lo mire con tristeza y le dije:
- Yo también te mentí. Estoy saliendo con Juan y la verdad no estoy lista para una relación con alguien tan mayor. Gracias por mostrarme aquel mundo clamoroso, pero lo nuestro, no puede ser. Todavía soy muy joven e inmadura aunque estuve jugando a mujer por un rato contigo, nunca podré ser quien soy. Mas no me arrepiento de los momentos contigo y espero algún día volver a sentir sensaciones tan intensas con alguien mas. Adiós Tomas.
Lentamente sentí mi mano escabullirse de la suya en la oscuridad y deje atrás aquella sensación correntosa que había sentido durante el verano. Cerré la puerta tras de mi y me dirigí hacia el teléfono. Levante el auricular y le marque a Juan.
- Àlo.
- Hola Juan. Es Ana. Quiero decirte que todo este tiempo he estado saliendo con otro hombre. No quiero ser tu novia. Perdóname y suerte en tu vida.
Colgué el teléfono mientras una lagrima se escurría por mi mejilla, y en ese momento me di cuenta, que ya no era una niña.
martes, 13 de julio de 2010
La carta
Hoy te recuerdo como el primer día que te vi, tan joven y bella. Me impactó tu sonrisa y tu mirada. Todo tu ser estaba tan lleno de luz que por primera vez sentí que mi vida tenía un propósito, y que tu serías el motor de mis acciones.
Recuerdo la primera vez que te tuve en mis brazos, estabas tan cálida y confortable. Sólo podía besarte y admirarte, tu mano en mi mano me hacía creer que sería así por siempre. Mi corazón estallaba de alegría. Juro que nunca había sentido algo así.
Juré que nunca te iba a perder, que te protegería con todo mi ser, que mi vida entera la dedicaría a preservar esa pureza que para algunos pasaba desapercibida, pero para mí era un faro de luz en la oscuridad.
Ya había perdido a una mujer a quien había amado, pero juré que ese amor lo duplicaría, y te haría tan o más feliz de lo que la hice a ella.
Han sido unos años maravillosos a tu lado, me encantó todo lo que me enseñaste, me hiciste sentir vivo, joven, le diste sentido a mi vida. Estuve ahí para ver tus alegrías y tus tristezas, y tú estuviste también allí para compartir todos los momentos en mi vida.
Estaba tan orgulloso de que fueras mía, que no vi el paso del tiempo ni como ibas cambiando. Aquella mujer que tanto me complacía, para quien yo era su todo, se fue transformando en una extraña. No sé si era la situación... o quizás yo cambié también. Pero nuestras vidas se separaron y mi corazón roto, llorando tu silencio, esperaba que notaras que yo siempre iba a estar allí para ti.
Poco a poco regresaste, pero ya no era lo mismo. Ahora tenías nuevas ideas y sentimientos, querías ir a buscar otra vida. De repente tu mundo se abrió hacia otras nuevas posibilidades, y a pesar de mi dolor, mi amor por ti me dijo que tenía que dejarte ir.
Regresaste y mi corazón se colmó de alegría. Pero no regresaste por mí. En esa búsqueda encontraste al hombre ideal, al amor de tu vida, ese que ahora será tu vida y tú felicidad... y no puedo más que alegrarme de tu destino.
Hija mía, hoy en el día de tu matrimonio, quiero expresarte cuánto te amo, cuán importante eres para mí y cómo esa manito, que algún día buscó la mía con desesperación, con el temor a lo desconocido en un mundo extraño, sin la plena consciencia pero el temprano presentimiento que sólo seríamos dos, es ahora la mano que entrego a quien elegiste como tu compañero de vida, rogando a Dios que sea el hombre que pueda darte toda la felicidad que te mereces.
Sin embargo, la vida está llena de sorpresas, por eso siempre debes recordar que no importa que tan lejos vaya esa manito, nunca se sentirá sola ni desprotegida, porque aquí te ofrezco la mía, férrea y firme como un roble ante el paso del tiempo, para seguir dándote todo el amor que hay en mí para ti.
Recuerdo la primera vez que te tuve en mis brazos, estabas tan cálida y confortable. Sólo podía besarte y admirarte, tu mano en mi mano me hacía creer que sería así por siempre. Mi corazón estallaba de alegría. Juro que nunca había sentido algo así.
Juré que nunca te iba a perder, que te protegería con todo mi ser, que mi vida entera la dedicaría a preservar esa pureza que para algunos pasaba desapercibida, pero para mí era un faro de luz en la oscuridad.
Ya había perdido a una mujer a quien había amado, pero juré que ese amor lo duplicaría, y te haría tan o más feliz de lo que la hice a ella.
Han sido unos años maravillosos a tu lado, me encantó todo lo que me enseñaste, me hiciste sentir vivo, joven, le diste sentido a mi vida. Estuve ahí para ver tus alegrías y tus tristezas, y tú estuviste también allí para compartir todos los momentos en mi vida.
Estaba tan orgulloso de que fueras mía, que no vi el paso del tiempo ni como ibas cambiando. Aquella mujer que tanto me complacía, para quien yo era su todo, se fue transformando en una extraña. No sé si era la situación... o quizás yo cambié también. Pero nuestras vidas se separaron y mi corazón roto, llorando tu silencio, esperaba que notaras que yo siempre iba a estar allí para ti.
Poco a poco regresaste, pero ya no era lo mismo. Ahora tenías nuevas ideas y sentimientos, querías ir a buscar otra vida. De repente tu mundo se abrió hacia otras nuevas posibilidades, y a pesar de mi dolor, mi amor por ti me dijo que tenía que dejarte ir.
Regresaste y mi corazón se colmó de alegría. Pero no regresaste por mí. En esa búsqueda encontraste al hombre ideal, al amor de tu vida, ese que ahora será tu vida y tú felicidad... y no puedo más que alegrarme de tu destino.
Hija mía, hoy en el día de tu matrimonio, quiero expresarte cuánto te amo, cuán importante eres para mí y cómo esa manito, que algún día buscó la mía con desesperación, con el temor a lo desconocido en un mundo extraño, sin la plena consciencia pero el temprano presentimiento que sólo seríamos dos, es ahora la mano que entrego a quien elegiste como tu compañero de vida, rogando a Dios que sea el hombre que pueda darte toda la felicidad que te mereces.
Sin embargo, la vida está llena de sorpresas, por eso siempre debes recordar que no importa que tan lejos vaya esa manito, nunca se sentirá sola ni desprotegida, porque aquí te ofrezco la mía, férrea y firme como un roble ante el paso del tiempo, para seguir dándote todo el amor que hay en mí para ti.
lunes, 12 de julio de 2010
Las cosas sencillas
Siempre me decía que le gustaban las cosas simples de la vida: tomar sopa, caminar descalza por la arena, leer a Neruda, pintarse las uñas. Le gustaba tomarle fotos a todo, cada vez que salíamos, ella llevaba su cámara. Paseábamos por el parque forestal mientras el click del obturador marcaba nuestros pasos. Le gustaba fotografíar las cosas sencillas, la gente de la calle, las palomas, los pacos de las esquinas con cara de aburridos, las micros, los niños en los juegos, los puentes malolientes del Mapocho... Pero ella, ella no salía nunca en las fotos.
- Yo soy la fotógrafa - Solía decirme cuando yo le pedía que posara para una foto - tengo que estar detrás de la cámara, no enfrente de ella.
Yo la amaba con un amor quizás desquiciado, ella era todo para mí. Nunca cuestioné ninguna de sus decisiones, excepto aquella última, la que se la llevó de mi lado.
- Tengo cáncer - Me dijo un día de rompe y raja - Y te digo desde ya que estoy en la fase cuatro, que no quiero tratamientos que me hagan mierda el cuerpo y me alarguen una miseria de seis meses una vida indigna. Fue asintomático, el médico me lo descubrió hace dos semanas y he decidido vivir lo que me queda de vida de la mejor forma posible.
Se me hizo un nudo horrible en la garganta.
- No quiero perderte...
- ¿Por qué te enfocas en lo negativo? ¿No te das cuenta de que te estoy diciendo de que estos últimos meses, días, horas o minutos que me queden, quiero pasarlos contigo?
- Pero si hay algo que hacer... Una mínima luz de esperanza...
- No la hay, y aunque así fuera, me alegro de tener este aviso. ¿Qué tal si hoy por la mañana me hubieran atropellado y ahora estuviera muerta? ¡No habría alcanzado a vivir nada de lo que quiero!
Tenía razón, aunque en ese momento no lo entendí. En ese momento le dije que era egoísta, que no pensaba en nosotros, en mí. Ella, recuerdo, me abrazó muy fuerte, consolándome, como si hubiera sido yo quien había recibido el anuncio de muerte.
Tal como el médico había pronosticado, se fue apagando gradualmente durante esos seis últimos meses de vida. En un intento frenético de, como ella le llamaba, atrapar el mundo en su cámara, tomaba fotos por doquier. En una caja tengo guardadas cientos de tarjetas de memoria con sus fotos. Aún no soy capaz de sentarme con tiempo a verlas. Aún no tengo la fuerza de hacerlo. Yo le pedía que me dejara tomarle alguna foto y ella se reía de mi estupidez.
- ¿Cómo se te ocurre que quiero que me recuerdes así? ¿Con esta cara de muerta?
Yo no la contradecía. Esos seis meses, los mejores seis meses de mi vida, fuí su esclavo. Por las noches se recostaba en mi pecho y la oía respirar con dificultad. Le daba su medicación para el dolor, le hacía cariño, y la sentía alejarse de mí.
Falleció una noche, en el sueño, como suele decirse. Estaba recostada con su cabeza en mi hombro, liviana como una pluma. La quise despertar. Le dí un beso en la frente. La noté fría y rígida, y entendí. Se había ido para siempre. La dejé con cuidado en la cama, fuí a su cosmetiquero lleno de artilugios inentendibles y escogí un esmalte de uñas, uno oscuro que sabía era su favorito y le pinté con cuidado las uñas. Llamé a la funeraria y me avisaron que llegarían en unas horas. Preparé una sopa, serví dos tazones que se enfriaron en la mesa, sin nadie que los bebiera. Fuí por su cámara y tomé una foto de mi mano tomando su mano, con sus uñas oscuras y sus dedos muertos. Me dolieron todas las caricias que nunca recibiría y la certeza de que nunca, nunca más, iba a conocer a alguien que me hiciera sentir lo que ella. La funeraria me encontró recostado a su lado, leyéndole los cien sonetos de amor de Neruda. Días más tarde esparcí sus cenizas en la orilla de la playa, descalzo sobre la arena.
- Yo soy la fotógrafa - Solía decirme cuando yo le pedía que posara para una foto - tengo que estar detrás de la cámara, no enfrente de ella.
Yo la amaba con un amor quizás desquiciado, ella era todo para mí. Nunca cuestioné ninguna de sus decisiones, excepto aquella última, la que se la llevó de mi lado.
- Tengo cáncer - Me dijo un día de rompe y raja - Y te digo desde ya que estoy en la fase cuatro, que no quiero tratamientos que me hagan mierda el cuerpo y me alarguen una miseria de seis meses una vida indigna. Fue asintomático, el médico me lo descubrió hace dos semanas y he decidido vivir lo que me queda de vida de la mejor forma posible.
Se me hizo un nudo horrible en la garganta.
- No quiero perderte...
- ¿Por qué te enfocas en lo negativo? ¿No te das cuenta de que te estoy diciendo de que estos últimos meses, días, horas o minutos que me queden, quiero pasarlos contigo?
- Pero si hay algo que hacer... Una mínima luz de esperanza...
- No la hay, y aunque así fuera, me alegro de tener este aviso. ¿Qué tal si hoy por la mañana me hubieran atropellado y ahora estuviera muerta? ¡No habría alcanzado a vivir nada de lo que quiero!
Tenía razón, aunque en ese momento no lo entendí. En ese momento le dije que era egoísta, que no pensaba en nosotros, en mí. Ella, recuerdo, me abrazó muy fuerte, consolándome, como si hubiera sido yo quien había recibido el anuncio de muerte.
Tal como el médico había pronosticado, se fue apagando gradualmente durante esos seis últimos meses de vida. En un intento frenético de, como ella le llamaba, atrapar el mundo en su cámara, tomaba fotos por doquier. En una caja tengo guardadas cientos de tarjetas de memoria con sus fotos. Aún no soy capaz de sentarme con tiempo a verlas. Aún no tengo la fuerza de hacerlo. Yo le pedía que me dejara tomarle alguna foto y ella se reía de mi estupidez.
- ¿Cómo se te ocurre que quiero que me recuerdes así? ¿Con esta cara de muerta?
Yo no la contradecía. Esos seis meses, los mejores seis meses de mi vida, fuí su esclavo. Por las noches se recostaba en mi pecho y la oía respirar con dificultad. Le daba su medicación para el dolor, le hacía cariño, y la sentía alejarse de mí.
Falleció una noche, en el sueño, como suele decirse. Estaba recostada con su cabeza en mi hombro, liviana como una pluma. La quise despertar. Le dí un beso en la frente. La noté fría y rígida, y entendí. Se había ido para siempre. La dejé con cuidado en la cama, fuí a su cosmetiquero lleno de artilugios inentendibles y escogí un esmalte de uñas, uno oscuro que sabía era su favorito y le pinté con cuidado las uñas. Llamé a la funeraria y me avisaron que llegarían en unas horas. Preparé una sopa, serví dos tazones que se enfriaron en la mesa, sin nadie que los bebiera. Fuí por su cámara y tomé una foto de mi mano tomando su mano, con sus uñas oscuras y sus dedos muertos. Me dolieron todas las caricias que nunca recibiría y la certeza de que nunca, nunca más, iba a conocer a alguien que me hiciera sentir lo que ella. La funeraria me encontró recostado a su lado, leyéndole los cien sonetos de amor de Neruda. Días más tarde esparcí sus cenizas en la orilla de la playa, descalzo sobre la arena.
jueves, 1 de julio de 2010
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