jueves, 23 de septiembre de 2010

Cuento de terror

Para esta semana, les propongo escribir un relato o cuento de terror, miedo o suspenso, como quieran llamarle.

Para orientarnos, les invito a que lean la página de Ciudad Seva y también que le den un vistazo a la información general que pone Wikipedia sobre los cuentos de terror y sus características.

El tema en sí es bastante "libre", refiriéndonos al hecho de que hay mil opciones que escoger y en las que basar nuestro cuento. La única "obligación" es que sea de terror, que logremos transmitir miedo al lector, que hagamos que al leer se le ponga la piel de gallina y los pelos de punta.

Nos leemos pronto! Espero que les guste la tarea...

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Propuesta de temas

Dejo esta entrada para que propongamos temas para las tareas del taller literario. Las propuestas se pueden hacer en los comentarios, ojalá con alguna referencia. No sólo decir "escribamos poesía" sino explicar, dentro de lo posible, qué tipo de poesía, en que consiste, sus características, que se espera de la tarea, etc. Así con todos los temas que propongamos.

Ojalá se animen y propongan muchos temas! Somos pocos los que participamos, pero siento y leo que la calidad ha mejorado considerablemente, siempre es un gusto leer los demás relatos y ver como una misma idea nos inspira de distinta forma.

Ah! a medida que vayamos proponiendo, se irán subiendo las tareas, así no estamos improvisando el día anterior sobre qué tema escribir esta semana.

Nos leemos pronto!

sábado, 18 de septiembre de 2010

La eterna primavera

Nunca entendió porqué le decían la ciudad de la eterna primavera, hasta que salió de ella.

En aquel pueblito norteño casi se congela. El frío era tan extremo que la mantenía dormida, las precauciones eran máximas debido a que un olvido de guantes, gorros o bufanda, un hueco en su ropa térmica y tenía una pulmonía asegurada.

En el desierto casi se ahoga. El calor abrasante impedía pensar con claridad, se mantenía fatigada, con sed y desesperada. El clima seco y caliente era simplemente insoportable.

En aquella ciudad se sentía plena, no hacía mucho frío ni mucho calor, el clima era sencillamente fresco. La ciudad era hermosa, lo que ayudaba más a la ilusión de encontrarse en un pequeño paraíso en una tierra virgen, inexplorada.

Los árboles verdes daban un aroma natural que la rápida urbanización no lograba opacar. El cielo siempre se mantenía claro, aun cuando llovía, y lo más frío que podría estar se solucionaba con un simple saco, y en casos extremos, una bufanda.

Sí, era cierto que, en otros lugares del mundo, los otoños son espectaculares y que los veranos son deliciosos, pero en este pequeño rincón del mundo donde estaba su vida, la eterna primavera daba la sensación de calidez y confort que ningún otro lugar del planeta puede proporcionar.

Las montañas también daban una extraña sensación de seguridad. Esos gigantes verdes rodeaban la ciudad como un fuerte, cobijando a sus habitantes y brindándoles un pequeño refugio contra las fuertes embestidas de los vientos oceánicos que devastaban la mayor parte del país.

Clima fresco, viento suave, montañas verdes, cielo azul, aroma a café. Esta es la eterna primavera y allí vive feliz.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Recuerdos

Desde el avión, la vista es absolutamente espectacular, no solo por lo pequeñas que se ven las cosas desde el aire, sino por la sensación de tranquilidad que causa ver la ciudad. Sobre todo si es de noche, con sus infinitas hileras de luces por todas partes que la pintan de naranja, pero un naranja bonito -luz y calidez-. Parece que el creador se dedico esmeradamente a crear cuando le toco el turno a esta ciudad, porque lo que se ve desde el aeropuerto no solo es organizado y con ínfulas de ciudad primermundista, sino que el mar lo rodea y baña la playa y parece un pequeño pedacito de cielo.
Y te sientes bien, te llenas de calma y al mismo tiempo de expectación, porque abajo, en tierra firme, podrás descansar y disfrutar.
Si llegas de noche, esa sensación te acompaña hasta la mañana siguiente cuando te toca salir de la habitación de tu hotel, y abandonar ese idílico estado de bienestar.
Si llegas de día, la realidad te golpea en todo su soleado esplendor apenas pones un pie afuera del aeropuerto.
Y tus sentidos son puestos a prueba.
Sientes una ola de calor que te golpea, tan fuerte que deja de parecerte ola y en tus mejores momentos bromearas sobre un tsunami pero en ese es lo último que se te ocurre. Y hay una multitud que te rodea, llena de pancartas y de Welcome, extranjero, que no hace nada para alejar esa primera sensación.
Y como ellos tampoco se alejan, viene el fastidioso zumbido de la gente murmurando, y a pesar de querer huir de ese terrible sonido en el primer automóvil que encuentres, realmente no sirve de mucho, porque además de gritar desaforadamente para invitarte a utilizar sus servicios, y cobrarte lo que luego de enteraras es una tarifa carísima, el taxista que eliges no deja de hablar en todo el trayecto, eso si, sin bajarle en ningún momento a la música de su radio.
Pero por lo menos tiene aire acondicionado.
Hay que agradecer las pequeñas cosas de la vida.
Pero el camino entre el taxi y la recepción del hotel –que no tiene aire acondicionado- es de nuevo terrible. Como bien dice un amigo que vive aquí, esta ciudad es 100 grados más caliente que el infierno. Y es así todo el maldito año.
Cada vez que vengo aquí siento que me derrito. Es un fastidio, lo único que se me ocurre hacer es tirarme en una cama o un sofá encender el aire y dormir.
Hasta que pienso en ti.
Porque este es el único lugar que me permito hacerlo, que me permito recordar tu cabello ondeando con la brisa mientras anochecía, recordar tu risa, recordarte.
Y cuando lo hago, no siento calor ni fastidio, todo es diferente. Siento la lluvia mojando de nuevo mi piel, siento tu risa mientras tu blusa blanca se moja y yo te digo que te cubras, nos veo de nuevo corriendo como niños bajo la lluvia. Un torrencial aguacero de verano que nunca supimos de donde vino ni porqué.
Pero que aprendí, gracias a ti, a disfrutar.
Recuerdo que tirabas de mí diciéndome que era muy serio y debía aprender a disfrutar las pequeñas cosas de la vida, y que en ese momento sería tu misión.
Y cómo levantaste las palmas de tus manos para recibir el agua, y tu risa de niña consentida, y la alegría de tus ojos cuando finalmente me decidí a unirme a tus juegos.
Y siento cada gota que cae sobre mi cuerpo, y cada una de las que cayó sobre tu cuerpo.
Y soy feliz de nuevo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Pablo

Arañitas. Veía a las arañitas correr por el pasto, perderse en las largas hojas afiladas y puntiagudas. Hacía calor, un calor casi sofocante, pero a la sombra del árbol no se sentía tanto. Me picaba el abdomen. La frazada que habíamos puesto sobre el pasto casi seco era de lana de oveja y picaba. Cerré los ojos, apoyé la cabeza en mis brazos y escuché el silencio. A esa hora todos dormían la siesta, incluso los grillos habían preferido dormitar al calor y dejar sus cantos para más tarde. Sentía las gotas de sudor resbalar por mi nuca y mi cuello.

- En dos semanas entras a clases...

La voz de Pablo me sonó lejana. Era lo que más odiaba del verano, que llegara a su fin, tener que volver a la rutina, a las clases, a la ciudad. Me habría quedado para siempre en la casa de campo, tirando piedras al río para ver cuántas veces rebotaban antes de hundirse, comiendo fruta verde directo de los árboles, mirando a las arañitas hacer sus castillos de hilo.

- Quería contarte que... en dos semanas yo también me voy.

Me sacudí la modorra y me senté. Miré a Pablo, quien a su vez evitaba mirarme. Parecía estar muy concentrado en unos arbustos en la distancia

- ¿Cómo que te vas? ¿Dónde te vas?
- Me voy a estudiar. Mi papá no quiere que me dedique a ser el capataz de la hacienda de tu papá. Quiere algo mejor para mí. Ha ahorrado todos estos años para pagarme una carrera, me aceptaron en la Universidad, voy a...

La voz de Pablo sonaba como algodón en mis oídos. Pablo, mi Pablo, no podía irse. Él pertenecía al paisaje de la casa de campo, él estaba ahí siempre que íbamos por el fin de semana o para las vacaciones. Pablo, siempre recibiéndonos montado en su caballo, con la mirada baja cuando papá estaba presente, con un guiño travieso cuando me veía sola. Pablo me pertenecía, no podía irse. De pronto el calor se volvió insoportable. Sentí que la cara se me puso colorada y sentí unos deseos terribles de llorar y de gritar y de pegarle a Pablo con todas mis fuerzas. Mi reacción era injusta, lo sé, pero yo sólo tenía 16 años y mi mundo era yo, y todo el universo giraba en torno a mí. Una arañita cayó del árbol sobre mi pierna y trató de subir afirmándose del vello sudoroso. La veía borrosa a través de las lágrimas que no quería dejar escapar.

- No quiero que te vayas...
- No puedo quedarme aquí. Tengo que hacer algo con mi vida... eres sólo una niña, no pensé que lo entenderías.

Le dí un manotazo a la araña y la reventé en mi muslo. ¡Una niña! ¿Así es como Pablo me veía? ¿Una niña?

- No me importa lo que hagas. ¡Puedes irte a la mierda si quieres!

Quise levantarme e irme. No quería que me viera llorar. Pablo me tomó de las manos y me abrazó.

- Si hago esto es por ti... ¿no lo ves? Es por nosotros. Tu papá jamás permitiría algo entre nosotros, pero si tengo un título, una profesión, un futuro sólido... ¿o es que ya no me quieres?

Pablo... Me puse a llorar en su cuello. Yo amaba a Pablo con todo mi ser. Después de años de besos robados a cada instante, de caricias en lugares prohibidos, de horas hablando de todo y nada, Pablo me decía todo esto. Pablo no entendía que mi familia jamás me habría dejado estar con él, con su título o sin su título, él era, simplemente, de otra clase. Si al menos se hubiera quedado en la hacienda, quizás con los años ambos nos habríamos casado con otra persona y nosotros nos habríamos seguido viendo a escondidas, como se rumoreaba que hacía mamá con el encargado de los caballos. Pero Pablo quería arruinar todo, quería irse, quería aspirar a lo imposible. Era el momento de dejarlo ir.

Me solté de su abrazo, me quité toda la ropa y me tendí sobre la frazada. Me picaba la espalda y los muslos horriblemente, pero aguanté. Pablo titubeó unos segundos, y luego me siguió. Esa tarde de fines de verano hicimos el amor tres veces. Recuerdo el cuerpo cálido de Pablo, las gotas de su sudor mezclándose con las mías, el dolor, el placer y la sangre de mi entrepierna primeriza, el peso de su respiración, su cara concentrada y por sobre nosotros, las arañitas del árbol lanzándose en picada afirmadas de su tela, corriendo traviesas por el pasto, ajenas a nuestra despedida.

martes, 7 de septiembre de 2010

Estaciones del año

Para esta semana les propongo escribir un relato relacionado con alguna de las estaciones del año. La idea no es sólo contar "era invierno" o "era verano", sino describir las sensaciones de esa estación del año, algo que haga al lector identificarse con la estación que hemos escogido, "sentir", al leer, que está en nuestro cuento, sentir la estación del año en el cuerpo... Además de escribir una historia interesante, por supuesto.

Espero que la idea les parezca interesante. Recuerden que si tienen otra ideas pueden subirlas como borrador y las iremos subiendo a medida que vayamos avanzando con las tareas.