lunes, 31 de mayo de 2010

Cautiverio

Le dolía la marca de la mordedura en la espalda y las uñas dobladas hacia atrás. Ya no intentaba soltarse, las muñecas y los tobillos los tenía entumecidos desde tiempos inmemoriales. Lo más terrible era la oscuridad, no el dolor ni el hambre, pero la sensación de no saber qué hora del día era ni cuantos días, semanas o meses llevaba en cautiverio. A lo lejos el aullido lastimero del perro anunciaba que volvía y la paradoja descomunal le llenaba de alegría: con su torturador y el taconeo de sus botas, entraba también en la habitación un rayito de luz.

Comentarios

Los amiguitos juegan en el computador uno al lado del otro, turnándose, mientras las mamás de ambos conversan un té, de lo más cómodas. Esa habitación es la más acogedora, ideal para pasar la tarde y tener los niños a la vista.

- Mamá, mamá, mira el monstruo de cuatro ojos, lo maté ¡lo maté! Ahora le toca a Ricardo..., te toca.
- Ooooh... Qué entretenido mi amorcito, qué fuerte eres mataste al monstruo, me alegro porque era tan feo...
- ¡Mamá! yo le saqué un brazo.
- ...
- Mamá, hoy en el colegio, Tomás Gutiérrez dijo que sus papás se separaron.

domingo, 30 de mayo de 2010

El abrazo

Y la fría lluvia arreciaba, como llorando porque sería la última vez que te vería. ¡Abrázame!, me pediste y te respondí con un abrazo brutal, pensando en no dejarte partir. ¡No te vayas!, te pedí, pero mi voz no te alcanzó. Y me quedé ahí, parada en medio de la estación, viendo cómo caminabas en dirección al tren y respirando por última vez el olor de tu piel.

sábado, 29 de mayo de 2010

Ahora si que sí.

Recogí al perro de mierda y lo subí al auto. Entre ruegos (esperando que Karen me contestara el teléfono) y puteadas (rogando que no me manchara el tapiz) arranqué lo más rápido que pude.

El perro jadeaba y se quejaba. Igual me dio un poco de pena, si mal que mal fue mi culpa el haberlo atropellado.

La Karen me dice que se lo lleve a su casa, que entre los dos lo curaremos. Aprovecho de comprarle un ramo de rosas a un vendedor en el semáforo y me miro al espejo. Ahora sí que será mía.

La pared de silencio

Ese día todos lo ignoraban. Estaban tristes, sabían lo que él había hecho y no se lo perdonaban, pero tenía que explicarles. Intentó acercarse a su hermana, pero lo ignoró y se encerró en su habitación a llorar. Su hermano estaba en el comedor con los ojos rojos y la mirada ausente, tampoco le prestó atención. Sus padres se hallaban en la sala de estar, su madre estaba bajo calmantes, porque la noticia había sido muy impactante. No se le podía hablar tampoco. Su padre miraba alternamente el fuego de la chimenea y a su esposa, él en el marco de la puerta intentó explicarles, pero sólo recibió una pared de silencio.

Muy triste decidió irse de la casa, para siempre, pero antes escribió una carta explicando desde su punto de vista lo que había sucedido. La dejó en la mesita del recibidor, junto a la esquela que decía: "La Familia Ortiz lamenta el fallecimiento de su hijo..."

jueves, 20 de mayo de 2010

Minicuento

Recibí una invitación para escribir sobre mis minicuentos en este taller literario. Me siento muy agradecido y espero que algo de lo que escriba sea de su interés.

Hace casi dos años decidí crear un blog para publicar los cuentos que iba escribiendo. La idea era escribir uno diario como una forma de presionarme para escribir. Al principio escribía cuentos de extensión variable, pero luego descubrí que los más cortos gustaban más y las visitas se incrementaban notablemente (paranoia de todo bloguero: revisar constantemente su estadísticas de visitas). Luego un familiar me propuso crear una web donde pudiera publicar mis escritos. Así nació MINICUENTO.COM.

Todos los días publico un minicuento acompañado de una ilustración de mi amigo E. S. Bernoy. Normalmente nunca tienen más de 200 palabras e incluso, idealmente, no debería tener más de 100. Yo los llamo minicuentos, pero en otras latitudes los llaman microrrelatos, minificciones, nanocuentos, etc. La denominación es lo de menos. Escribo el cuento y luego se lo envío al ilustrador; él lo lee, lo interpreta y crea una ilustración libre según sus gustos literarios y artísticos. Como regla general no interfiero en la ilustración, excepto cuando la ilustración explica o reinterpreta la historia (cuando deliberadamente se deja algún vacío para el lector); o cuando hay algún escrito o leyenda en la ilustración (ésta se debe limitar a evocar y sugerir). Al principio le pedí al ilustrador que repitiera un par de ilustraciones (mientras sincronizábamos nuestros gustos), pero luego ha sido un trabajo fluido y enriquecedor.

Es difícil decir cómo escribo los minicuentos puesto que nunca hay un patrón fijo. Todo el tiempo estoy en busca de ideas (se encuentran en el lugar más inesperado) y las anoto en una libreta. Lo mejor es concretar esa idea pronto porque si pasa demasiado tiempo la fuerza de la idea se desvanece. Antes de empezar a escribir el cuento procuro tener el final para evitar rodeos innecesarios, explicaciones tediosas o descripciones prescindibles. Así, teniendo el final, todas las demás partes se van acomodando para tener un relato redondo. Un buen final es casi imprescindible en un buen cuento, aunque no se puede caer en el fácil y trillado recurso del final sorpresa. Además en el final no debe recaer toda la fuerza del cuento.

Por ser un cuento corto el principio del relato debe cumplir con varios requisitos:
1. Atrapar al lector antes de que finalice la primera línea.
2. Ubicar al lector espacial o temporalmente (indispensable lo primero) para que de entrada sepa de qué se trata.

De este modo en pocas líneas el lector sabe hacia dónde va la historia y no se siente desconcertado, como en un limbo.

Los minicuentos, por las limitaciones de espacio, crean una nueva realidad a partir de otra existente. Reescriben la literatura, parodian, juegan con los clichés, combinan estilos y técnicas. Según lo anterior, cuentos sobre el dinosaurio (de Monterroso), la metamorfosis (de Kafka), los mitos griegos, la historia, etc., pululan en el universo literario. Y el cuento, como en todo lo literario, debe dedicarse a recrear y no a explicar. Es mejor narrar cómo un hombre asesina a su mejor amigo que era un hombre muy malo, o plasmar al protagonista intentando escribir sin éxito que decir que es un escritor frustrado.

No existen normas para escribir (ni cuentos, ni novelas ni poesías). Los decálogos que han intentado muchos escritores se deben leer como una simple enumeración de sugerencias (que afectaran en mayor o menor medida según el estilo y los gustos particulares de cada escritor). Los talleres de escritores (presenciales o virtuales) no deben ser un tablero de enseñanza sino un foro de discusión. Porque la lectura y la escritura continua son el mejor y más amable de los maestros.

Además de la invitación me han pedido que les deje a los talleristas una tarea, pero como soy un poco anárquico con la enseñanza simplemente sugeriré que escriban un minicuento (ojalá con no más de 100 palabras, pero si necesitan más no hay problema) que verse sobre un tema fantástico.

Muchas gracias por la atención y espero que haya escrito algo interesante que les sirva de una u otra forma en su experiencia con la escritura.

Les copio un par de mis minicuentos a modo de ilustración y los espero todos los días en www.minicuento.com




LA PESTE

Ilustración de Edgardo Sebastián Bernoy
Cuando esa noche llegó el doctor Rosales a su casa, encontró muerto en la jaula a su hámster. Lo revisó en silencio y temió lo peor. Se puso los guantes y empezó a buscar en todos los rincones de la casa. En el desván encontró lo que buscaba: varias ratas muertas.

Salió al jardín y las incineró mientras pensaba qué hacer. Una opción era huir, otra era no hacer nada. Volvió al estudio y organizó en silencio el maletín.

Durante la cena no pronunció ni una sola palabra. Esperaba, como una premonición, que alguien llamara a la puerta. Hasta que por fin escuchó ese momento esperado... Cogió el maletín, repasó en voz baja el juramento hipocrático, y salió a enfrentarse a la muerte.



EL CHIMPANCÉ

Ilustración de Edgardo Sebastián Bernoy
El chimpancé se escapó del zoológico y se refugió en mi casa. Me suplicó con la mirada que lo protegiera y que no lo denunciara. Me apiadé de él. Desde entonces el fastidioso animal se ha empeñado en imitar todos mis movimientos. Aprendió a comportarse correctamente en la mesa, cocina modestamente y sus hábitos higiénicos son bastante dignos. Pero me tocó detenerlo cuando también intentó acostarse con mi esposa: inconforme, se sentó a observarnos y a anotar sus impresiones en una libreta.

Alejandro Ramírez

lunes, 10 de mayo de 2010

Lulita

Lulita es una niña muy obediente y tranquila; vive sola con su madre en una casa pequeña, en una pequeña cuadra de un pueblo más pequeño aun. Siempre viste impecable a pesar de tener muy poco dinero en casa, pero la madre se las ingenia para sacar unos pesos extra vendiendo pan amasado, para comprarle de vez en cuando un pinche para el cabello o unos calcetines. La madre de Lulita trabaja de una fábrica de quesos y llega tarde a casa. Lulita va a la escuela en la mañana, donde es la primera del curso, y cuando tocan la campana, sale muy derecha y camina a casa, sin desviar la atención en los chicos que la miran pasar. Aun cuando tiene 15 años, su madre la ha criado de forma muy estricta y no le permite salir sola ni recibir a nadie. Cuando llega a casa, se saca el uniforme, que deja muy estirado en la silla de la pieza que comparte con su madre. Luego almuerza sentada en la mesa de la cocina, el plato que esta en el horno. Cuando termina, lava la loza, y sale al patio a descolgar la ropa lavada, para luego plancharla. A las cinco en punto termina y se sienta de nuevo en la mesa con una taza de te, esta vez con sus cuadernos, a hacer las tareas hasta las ocho. Al atardecer, ve pasar a sus compañeras y compañeros de escuela rumbo a la plaza, donde solo va con su madre los domingos a la misa de ocho, y ocasionalmente a comprar en las tiendas cercanas.

Un día en el colegio, la directora anuncia que se realizará un festival para reunir fondos para reparar el techo de la escuela. También les cuenta presa de entusiasmo que como broche de otro, tendrán la visita del cantante de moda juvenil e ídolo del momento, Juan Sadé, quien dará un concierto para donar dinero a la escuela. Lulita lo ama en secreto, y tiene guardada bajo una tabla suelta del piso, una foto de su amado. Cuando dicen el nombre del cantante, Lulita se pone roja y siente que el corazón le saldrá por la boca, así que reprime sus sentimientos y se queda quieta, intentando que su turbación pase inadvertida. Cuando terminan las clases camina excitada a casa. La primera vez que viò a Sadé, fue hacía unos meses cuando fue con su madre de visita a la casa de su madrina; ahí estaba en la pantalla del televisor en el programa sabatino de la tarde: moreno, alto, con un traje negro, cantando canciones de amor que le erizaron los pelos de los brazos. Alguna vez le gustò un chico, pero èl nunca la mirò. Sadé era diferente y veía en sus ojos la señal de que esas canciones las estaba cantando para ella. Lo había visto un par de veces más, y lo escuchaba en la radio de la cocina después de la tarea, que es cuando su madre le permitía prenderla, pero no siempre tenía suerte, y solo tocaban a otros artistas. Ahora caminaba a casa, como cada tarde, pero algo había cambiado, una emoción desconocida, una ansiedad, una promesa.

Durante las semanas que pasaron, Lulita intentó hablar con su madre y pedirle permiso para asistir al concierto, pero sabía que diría que no, que era imposible dejarla salir de noche a la plaza del pueblo, donde se celebraría el pequeño concierto. Cada tarde cuando su madre volvía, saludaba a Lulita en forma seca; no era una mujer muy cariñosa, pensaba que el afecto se demostraba de otras formas. Le preguntaba como le había ido en la escuela, si había hecho la tareas, y se ponía el delantal. Lavaba la ropa y preparaba la comida. La niña permanecía expectante ante alguna señal de su madre, una sonrisa, algo que le dijera que era un buen momento para preguntar, pero la mujer permanencia ausente y ella no se atrevía a decir una palabra. Lulita se iba a la cama, y cuando las luces se apagaban, lloraba en silencio, porque sabía que nunca podría estar frente a frente a su príncipe de voz maravillosa.

La fecha llegó, y fue a la escuela como cada mañana; hubo una clase temprano y luego salieron todos al patio a preparar las actividades anunciadas; las chicas y chicos confeccionaban plumeros de papel de diarios, letreros y pendones de colores, decorando con ellos los pasillos. Hacia un día hermoso de primavera, aunque el sol no calentaba del todo. Quieta en su pupitre, hacía dibujos para los carteles; no era una niña muy sociable y no tenia amigas, a nadie a quien contarle esa corriente subterránea de emociones que la tenían exaltada y triste a la vez. Cuando llegò la tarde partió a su casa. Cuando llegó, se sentó en la mesa de la cocina, sin comer siquiera y se quedó ahí, estática, por horas, sin poder llorar. La ropa quedó colgada y tiesa de sol, la comida se cubrió con una dura capa y la plancha esta vez no salió del viejo mueble. Cuando empezó a oscurecer, sintió los gritos de los chicos que iban camino a la plaza, vestidos con sus mejores trapos y moviendo al aire sus plumeros de papel. Esta vez hacían más ruido que de costumbre, pues iban coreando las canciones de Juan Sadé.

Se levantó y fue a la habitación, se sentó en la cama y se desnudó. El reflejo de la luz que venía de la luna toco su piel, y se observó en el espejo del ropero; sus labios rojos y abultados, su mirada de mujer, ya no de niña, sus ojos y su pelo largo y negro bajando por sus pechos erguidos; sacó sus ropas de domingo de un cajón y se vistió en la oscuridad. Salió de casa y enfilo por el pequeño camino de tierra hacia la plaza. A medida que iba caminando, comenzaban a verse las primeras luces y el sentir el ruido de la gente. Unos niños tiraban petardos y encendían estrellitas de luz, y multitudes de personas se agolpaban para acercarse al escenario. Extasiada, observada envuelta de ese ambiente iluminado y festivo, de vendedores ambulantes con sus manzanas confitadas y yo-yos de colores, de malabaristas y magos leyendo las cartas a ilusionados parroquianos. A medida que pasaban los minutos el miedo iba pasando, porque Lulita le tenia miedo a todo; a estar sola tan lejos de casa, aunque solo fueran una cuadras, a la oscuridad, a los perros, al disgusto de su madre cuando volviera a casa. Si, eso era lo que mas temía, aun cuando nunca la había castigado de ninguna forma; el solo pensar en desobedecerla no la dejaba del todo tranquila. Se fue acostumbrando al bullicio, y trato de acercarse lo más que pudo al escenario, hasta que divisó a unas compañeras de curso que se asombraron al verla. Lulita las miró tímida, y en vez de ignorarla, la llamaron sonrientes para que se acercara, y le regalaron un plumero de papel. Los parlantes anunciaron la llegada del artista, y la música empezó a sonar cada vez más fuerte, hasta que Juan Sadè apareció elegante y seductor. Lulita gritaba, y cantaba y reía en medio de cientos de personas, mientras veía al hombre más hermoso de la tierra cantando “Si supieras lo que esperé por ti”. Las emociones eran tantas, risa, llanto, sensación de libertad, todas condensadas en la hora que duró el concierto. En medio de vítores y vises, el cantante dijo adiós al pueblo, prometiendo amarlos y adorarlos para siempre.

La multitud se fue abriendo, y se despidió de sus compañeras como si fueran amigas. Nos vemos en la escuela!!! le gritaron, y Lulita sintió que su vida ya no sería la misma a partir de mañana, que era el día más feliz de su vida, y que nunca lo olvidaría. Se sintió fuerte, tranquila y empezó a caminar entre la multitud cada vez mas dispersa, cuando notò que alguien la seguía de cerca; siguió unos pasos mas sin atreverse a mirar, mientras el miedo se apoderaba de ella imaginando los peligros de la noche. “Lulita” llamó la mujer, y al darse vuelta se encontró con su madre que la miraba; Lulita quiso hablar pero la madre le dijo con la mirada que no era necesario. La miró asombrada, llena de preguntas, pero la madre estaba serena, con un amago de sonrisa en su boca. Y como cuando era domingo, caminaron las dos mujeres tomadas del brazo rumbo a la casa en medio de la noche.

El amor de mi vida.

Hace dos días que no me llama. Y como le dio ahora con que nuestra relación es libre, sin nombre, no puedo exigirle nada. Pero el muy fresco sí me exige a mí bastantes cosas: que le cotice unos pasajes al sur para el próximo evento, que busque por todos los supermercados cercanos a la oficina unos chocolates finísimos para regalar a los clientes, que lo vaya a dejar a la casa porque le carga manejar, que le consiga nuevas promotoras porque al cliente no le gustaron las últimas…

A veces me dan ganas de no verlo más, de cerrar para siempre la puerta de mi corazón que le abrí hace casi diez años y comenzar de nuevo, con un hombre que realmente se la juegue por mí y no tenga problemas en andar conmigo de la mano por donde sea.

De hecho, y si la memoria no me falla, la única vez que estuvimos juntos sin preocuparnos por los demás fue en Antofagasta, donde el trabajo era poco y la paga muy buena. Tres días completos para nosotros dos, casi como una luna de miel: recorrimos las playas, nos sacamos fotos riéndonos como niños, comimos y tomamos harto, fumamos, hicimos el amor. Claro que nunca tomados de la mano porque no le gustan mucho las demostraciones públicas (a mi tampoco), pero si alguien nos veía podía notar sin problemas que somos pareja, por esa cosa de las actitudes que una hace sin darse cuenta.

Lo bueno es que en ese viaje logré que me abriera un poco su corazón y me dijera lo que realmente siente por mí. Se enredó un poco en las explicaciones, pero lo que sí me quedó grabado es que le da miedo enamorarse, y yo le aproveché de preguntar si ahora tenía miedo, y me dijo que sí, que se sentía enamorado de mí.

También la otra conclusión a la que llegamos es que sería imposible vivir juntos, porque (como dos buenos geminianos que somos) nuestros caracteres son demasiado fuertes y, tal como nos ocurre día a día en el trabajo, pasaríamos peleando y al final la convivencia diaria se transformaría en un infierno.

Me acuerdo que la felicidad por ese viaje me duró como un mes: él estuvo cariñoso, atento, me llamaba, nos veíamos más seguido y yo me sentí un poco más segura porque veía sinceridad en sus ojos. Quizás me valoró realmente como mujer y pudo darse cuenta de todo lo que yo he hecho por él en estos años, mis sacrificios y mi amor sin esperar nada a cambio, sólo un llamado o una mirada distinta a las demás.

Claro, porque su problema es que le gustan todas las mujeres. Hasta las que él me dice que no le gustan, como esa yegua que estaba a cargo de las promotoras para un evento bien grande. Lo pillé porque fue justo en esas épocas medias extrañas que pasa, que se aleja de mí y sólo trabajamos. Igual me acostumbré a esos períodos suyos como de distanciamiento; supongo que tiene cosas que pensar o está muy ocupado.

Pero esa vez fue diferente, porque no andaba malhumorado ni estresado: al contrario, no podía disimular una sonrisa como de satisfecho. Me hice la tonta, pero apenas pude le tomé el celular y le revisé las llamadas recibidas, realizadas y perdidas, anoté los números desconocidos para mí y sólo uno era el que más marcaba. El problema era que tenía sospechas sobre dos mujeres (ninguna de su tipo, porque cuál de las dos es más flacuchenta y sin pechugas, y se supone que le gustan pechugonas y harto de donde agarrar, en fin). Llamé a las agencias de las dos, como haciéndome la que estaba poniendo al día nuestra base de datos, y así fue como supe con la yegua que andaba. Le observé su felicidad por un mes completo, hasta lo seguí en mi auto en la noche, y vi con mis propios ojos como entraba al mismo motel que me llevaba a mí con la yegua esa.

No lo encaré sino que esperé que se le pasara la calentura. Me enfermé del estómago en esos meses, pero por lo menos bajé de peso y algo es algo. Obvio que a la yegua plana la trataba pésimo cada vez que iba a la oficina y los cheques para pago se los escribía mal. Si reclamaba por algo yo me hacía la que no me daba cuenta y asunto zanjado, además que con el cargo de conciencia que sentía por engañarme con esa estúpida no era capaz de retarme por tantos errores.

Después, cuando volvió a buscarme, me costó mucho perdonarlo y no hacerle comentarios hirientes, aunque que lo único que conseguía era tenerlo un día para mí y luego que se alejara por bastante tiempo, en ese mutismo lleno de gruñidos que me duele mucho. Hasta que me di cuenta que si no quería perderlo debía lavar mi corazón de toda la rabia y resentimiento.

Porque esa es la única manera en que lo siento mío.

Recuerdo de la infancia

Marita tenía 5 años cuando entró a 1o. básico. Ya en otras ocasiones se había separado de su madre, pero siempre con sufrimiento de por medio. Había ingresado al jardín infantil con su hermana menor, y mientras la pequeña gozaba compartiendo con los otros niños, Marita lloraba en un rincón. Para ayudarla, la madre la inscribió en la misma escuela donde ella trabaja, pero esto no significó ningún alivio, y Marita siguió con el llanto a la hora de quedarse en la sala de clases.
En la nueva escuela la esperaba Sor Ma. Teresa que llevaba 6 años de monja profesa. Tenía harta experiencia con niños, pues había sido ayudante de la profesora de primero básico desde los 19 años, cuando empezó su postulantado.
Sor Ma. Teresa era alegre, cariñosa, bajita y con la cara redonda. Muy distinta a la directora, una moja italiana color tiza, muy seria y disciplinada que daba susto a cualquiera, incluídos los adultos.
La madre de Marita tenía una estrecha relación con las monjas, se conocían desde hace tiempo. Para la fiesta de la Virgen, el 8 de diciembre, la madre de Marita las convidaba al campo a recolectar copihues, y se quedaba con la simpática imagen de las mojas sujetándose los hábitos para encaramarse en los árboles.

Pero poco cambiaban las cosas para Marita, seguía llorando cada mañana que tenía que ser separada de su madre. La bajaba de la camioneta, la tomaba de la mano, y mientras se acercaban a la puerta de la escuela le repetía con entusiasmo "... Qué bien lo van a pasar hoy con tus compañeros... Qué rico correr por la cancha y jugar al pillarse... Se hace tan corto el tiempo de clases...", pero Marita nunca vió nada atractivo en las afirmaciones de su madre.





Ahora que Marita es adulta, tiene ese dulce recuerdo de haber sido de las niñas que lloró al entrar a la escuela. En su mente de adulta, ese gran problema es algo muy lejano. Ya ha pasado tanto tiempo, tantos años en los que, como cualquier persona, fue dejando de a pedacitos su inocencia para abrir los ojos al mundo, con todo lo negativo y positivo que esto significa.

Antes de dormirse, de vez en cuando Marita recuerda su infancia. Una noche tuvo curiosidad de esa monja de cara iluminada y feliz... De la que ya ni recordaba el nombre. Entró a internet, y llegó a un foro de ex alumnos de su antigua escuela ¡Que maravilla! ahí estaban muchos comentarios alusivos al espacio físico de la escuela, a las profesoras y a Sor Ma. Teresa, incluso había fotos de ella abrazando a un par de niños vestidos con ropa chilota. Y a Marita se le vino como un flash el día en que llorando salió de la escuela, dio la vuelta a la esquina y alcanzó a su madre a punto de marcharse. Qué alivio encontrarla, y qué angustia cuando su madre la regresó a la escuela. Ahí estaba Sor Ma. Teresa, quien la recibió y, pasando por entre todos los compañeros que se encontraban sentados, la condujo hasta la salita de atrás de la sala de clases, lugar destinado a colgar los delantales. Marita no levantó la vista mientras escuchó el silencio y los golpes en el trasero que le dio Sor Ma. Teresa con el bolsón. No le dolió.

Esta noche se da cuenta de las marcas que dejó en su personalidad la humillación de la monja, y del dolor, ese que sintió cuando escuchó a su madre contarle a una amiga: "Sor Ma. Teresa me contó que le había pegado".

domingo, 9 de mayo de 2010

En la mente de un hombre

Samir era un niño grande... o eso es lo que todos creían. Toda su vida había vivido en una comunidad conservadora y muy tradicional, sin embargo, las miles de imposiciones que su entorno le imponían no lograban mitigar ese espíritu rebelde que quería cabalgar libre, lejos de todo aquel encierro en el que vive.

A Samir le gustaba hablar con la gente, conocer su modo de vida, sus creencias, sus costumbres, sus peculiaridades, su familia creía que está bien siempre y cuando no perdiera su pureza y su castidad.

El no entendía el porqué de tantas restricciones: había restricciones para la vestimenta, para la comida, para las relaciones sociales, para la risa... para el amor. Sí, Samir soñaba algún día encontrar a alguien a quien amar, no alguien que sus padres le obliguen a amar, y aunque en la comunidad donde vivía esto sería motivo suficiente para ser exiliado a él no le interesaba, era joven y no le daba miedo el trabajo pesado, sabía que iba a estar bien.

Conoció a Luna en una reunión de trabajo, era una chica bastante diferente, no le importaba el que dirán ni las imposiciones sociales, era inteligente, bonita e independiente: hechizó a Samir desde el primer momento. Samir soñaba con ella, su corazón se aceleraba cuando oía su voz, temblaba al verla, suspiraba con solo recordar su nombre. Siempre la miraba en la cafetería cuando ella se acercaba a pedir su café matinal, veía la mirada de sus otros colegas que seguramente pensaban lo mismo que él: esa chica no era nada tradicional, y presentaba un reto. Samir un día decidió tomar cartas en el asunto antes que alguien se le adelantara y le habló.
- Hola, que presentación tan buena la tuya, no sabía que los niveles de ventas habían dado ese vuelco tan terrible, sin embargo lo manejaste muy bien.
- Hola, gracias, vaya, que alegría que alguien lo reconozca ¿cómo te llamas?
- Soy Samir
- Yo soy Luna, ¿quieres tomarte un café conmigo y conversamos más?
- Claro…

El corazón de Samir latió acelerado toda la velada, y al final lo único que podía recordar era sus hermosos ojos y su dulce voz. Esa tarde fue mágica y Samir caminó en nubes de alegría.
La relación se fue consolidando a medida que pasaba el tiempo, de un colegaje amistoso pasó a una amistad más profunda y a una química chispeante. Luna sabía que Samir la encontraba atractiva y poco a poco ella empezó a encontrarlo dulce, a admirar su batalla interna con la rigidez de la comunidad donde él vivía, a verlo atractivo.

Su relación fue un remolino de emociones encontradas, dulzura, deseo, ganas de salir adelante, amistad, complicidad… era lo que ambos sentían cuando estaban juntos. Luna era una mujer vibrante, llena de misterios y de retos. Cada vez que estaban juntos Samir descubría aspectos de la humanidad que pensó eran imposibles o sólo cuentos de hadas. Samir creció con Luna, llegó hasta el cielo y empezó a pensar que quizás estaba en el camino a la libertad que tanto añoraba.

Samir no podía ser más dichoso, pero aún quedaba el pequeño problema que era una relación secreta. Samir no era capaz de decirles a sus padres que había encontrado a la chica de sus sueños, pero que no era alguien de su comunidad, que no era la chica sumisa y tranquila que sus padres querían como nuera. Era una mujer independiente, segura de sí misma, que nunca se sometería a la voluntad de un hombre o a los trabajos de un hogar. Samir se sentía locamente atraído por Luna, y sabía que ella sentía lo mismo por él… ¿será mejor escaparme? ¿dejar todo atrás y partir? Luna lo aceptará sin problemas, ella me quiere... ¿no?... es verdad que de tanto en tanto me reprocha mi falta de carácter en cuanto a nuestra relación, y si consiente en esconderla es por el bien del trabajo de ambos, pero ¿sería diferente si trabajáramos en distintos lugares?... al fin de cuentas ella es una chica independiente y conoce mucho más del mundo que yo… la verdad es que me asusta, ¿qué le puedo ofrecer yo? gano menos que ella, no soy tan abierto como ella, quiero casarme y tener una vida tranquila, ella quiere mucho más que eso… además, ¿qué va a pasar si nos casamos? Yo quiero llegar del trabajo y que mi esposa me espere con la casa limpia, una rica cena y la mejor de las sonrisas, Luna no sabe cocinar, le aterra quedarse en la casa y siempre quiere explorar y conocer el mundo, Luna no me necesita, soy sólo su compañero ¿qué tal que tenga más compañeros y yo no sepa?... ¿será que mis padres tienen razón? Si les presento a Luna no la van a querer, y me voy a meter en problemas, además mi madre ya me tiene unas cuantas candidatas para esposa, chicas tradicionales, pero Luna me gusta mucho… con ella tendría la posibilidad de salir de aquí, claro que eso significaría perder todo lo que conozco... ¿y que tal que un día, estando lejos de aquí ella conozca a alguien mejor y se vaya?... no tendré a donde regresar... perderlo todo por un sueño de juventud...

Samir se casó con Nadita, una mujer que sus padres eligieron como esposa y no se puede quejar, Nadita es una esposa cariñosa y tradicional, se hace cargo de la casa, atiende a los niños, le espera con la cena caliente y cumple sus deberes maritales sin chistar. Nadita es la esposa perfecta para Samir porque ella depende de él, lo hace sentir importante y necesitado, él es su héroe y ella por siempre lo adorará. El sabe que ha sido el único hombre en la vida de Nadita y eso lo hace sentirse superior, intocable.

Sin embargo, en las noches de insomnio, escuchando la tranquila respiración de su esposa a su lado, Samir piensa en Luna y se pregunta...

Sebastián

Sebastián era un chico feliz y afable, parco en palabras, sí, pero no se puede pedir todo e incluso este pequeño defecto le hacía aún más interesante. En cuanto acabó los estudios encontró un buen trabajo y se echó novia. Pronto buscaron una casa, se casaron y no tardaron mucho en tener hijos. Bien seguiditos, como mandan los cánones.

Con el paso del tiempo este chico agradable se fue convirtiendo en un hombre huraño. Perdió todo el contacto con sus amigos y se fue encerrando en sí mismo, ni siquiera miraba a su mujer. Se había convertido en esclavo de sus hijos, sobreprotegidos y mimados porque él no quería que les faltara de nada, y del trabajo, no existía nada más en su vida. Sus familiares, los únicos con los que seguía manteniendo algún contacto, no eran capaces de hacerle entrar en razón y su mujer miraba incrédula al hombre con el que compartía la cama cada noche, intentando ver algún vestigio del chico que le había cautivado hacía no tantos años. Del hombre cariñoso, atento y siempre dispuesto a echar una mano no quedaba nada, ella se sentía invisible frente a él, pero no podía negar que era un padre siempre presente y eso complicaba su decisión de abandonarle. Sebastián por su parte odiaba todo de su vida actual, nada le proporcionaba satisfacciones. El trabajo que tanto le gustaba al principio le resultaba ahora monótono y sin interés, sin embargo seguía dejándose la piel en él cada día a falta de una motivación mejor. Su mujer a la que tanto había querido cuando la conoció le parecía la persona más pesada del mundo y ya hace meses que había decidido ignorarla. La casa que había buscado con tantas esperanzas de futuro ahora le parecía una cárcel, en un pueblo que odiaba, rodeado de vecinos cotillas que seguro que hablaban de sus problemas matrimoniales cada vez que le veían pasar. Y ni siquiera se reconocía a sí mismo cuando se miraba en el espejo, había engordado casi 20 kilos, no era capaz de andar más de cinco minutos sin perder el aliento y estaba empezando a quedarse calvo, signo inexorable del paso del tiempo que le confirmaba que estaba echando a perder su vida. Desgraciadamente no era capaz de encontrarle un sentido a su vida, no se veía así diez años después, prefería verse muerto y a menudo hacía bromas de mal gusto al respecto. Sólo sus hijos conseguían sacarle una sonrisa de vez en cuando, pero no era suficiente para hacerle reaccionar y despertarle de su letargo.

Un día en el supermercado vio a una mujer que le resultó familiar aunque no podía recordar de qué la conocía. Tenía una belleza simple y dulce y Sebastián no pudo evitar mirarla fijamente. Ella se dio cuenta y en seguida y desvió la mirada, le disgustaba que un hombre tan desagradable la mirara de aquella manera. La cajera saludó a la mujer “Hola Estefanía, ¿qué tal va todo?” y esta sonrió. Sebastián pensó en el nombre y vinieron a él recuerdos extraordinarios, de su primer amor verdadero que acabó de aquella forma tan triste. Ellos todavía se querían pero Estefanía tuvo que viajar lejos por un año y decidieron darse tiempo, cuando ella volvió, Sebastián pensó que durante su ausencia Estefanía habría conocido a chicos mucho más interesantes que él y nunca se atrevió a ponerse en contacto se nuevo con ella. El tiempo fue pasando y sus caminos no volvieron a cruzarse. Hasta ese día. ¿Se atrevería Sebastián comprobar si esa Estefanía era, como él intuía, la misma que le había robado el corazón? De todos modos, ese viaje relámpago al pasado le había hecho darse cuenta que aún tenía ganas de vivir y le quedaban sentimientos, sólo era cuestión de orientarlos en la dirección correcta para salir adelante. A partir de ese día sólo iba a hacer lo que le dijera el corazón y no iba a dejarse llevar por los dictados de una vida correcta a los ojos de los demás.

martes, 4 de mayo de 2010

Hasta que la muerte nos separe

Abre los ojos cansada, como si no hubiera dormido en toda la noche, con el dolor de cabeza punzante que la acompaña casi a diario. Está sola en la cama. Él se ha ido a trabajar. Otro día de silencio.

Se levanta, se ducha, se maquilla, se viste, se perfuma. Con manos inquietas va recorriendo la casa, dándole instrucciones a la empleada, arreglando las flores que solo ella ve que no están en la posición en que deberían estar. Ha pasado más de la mitad de su vida casada con él y se lo recuerda a sí misma cada día.

Hubo un tiempo, en el principio, en que se sintió enamorada. Todo era nuevo, nuevas sensaciones, la nueva casa, el nuevo marido. Desde pequeña lo había soñado, el despertarse cada mañana junto a la misma persona, ser feliz. Pero el sueño no duró. A los pocos meses se convirtió en pesadilla cuando descubrió que él le era infiel. Hubo llantos, recriminaciones, silencios y hasta alguna cachetada. Ella quiso separarse, él le dijo que nunca la dejaría irse, que cuando se habían casado lo habían hecho hasta que la muerte los separara y que "las otras" no eran importantes para él, que él la amaba.

Ella no le creyó. Si necesitaba a otras era porque en realidad no la amaba. En su desesperación trató todo lo posible por escapar de él. No quería oírlo, no quería verlo. Él le repetía que estarían juntos hasta que la muerte los separara y esa fue la única solución que ella vió. Se cortó las muñecas con el cuchillo más grande de la cocina, se tomó todos los somníferos que pudo conseguir y se metió a la tina llena de agua tibia, pero él no la dejó morir. La sacó del agua, le lavó el estómago y le cosió la piel y le prometió que cambiaría. La amaba. Solo a ella. Ya no habrían otras.

Herida, buscó lo que no tenía en su matrimonio en brazos de otro, pero le pesó la conciencia y le provocó arcadas. Le confesó el affair a él, y él, en vez de dejarla o de al menos recriminarle, como ella esperaba, la perdonó. Le dijo, simplemente, que la perdonaba y que no se hablaría más del tema. Estaban casados hasta que la muerte los separara.

Con el tiempo llegaron los niños y la esperanza de escapar de él se esfumaba con el pasar de cada día. Nunca habría podido dejar a los niños. Se resignó a llevar una vida muerta. Ni siquiera el arte, lo que había estudiado y para lo que, se decía, tenía talento, la consolaba. Dejó de pintar y dibujar. Sólo de vez en cuando hacía pequeñas cosas, regalos diminutos para sus amigas. Los años se le fueron en ver crecer a los niños y verlos irse, moverse por la casa silenciosa como una mariposa atolondrada y esperar, esperar por el momento de su libertad. Algunas veces pensó en asesinarlo, pero llegada la hora, nunca tuvo el valor de hacerlo. Sin embargo, nunca bajó la guardia. Cada mes guardaba un poco de dinero en un lugar secreto. Con el tiempo se había convertido en una pequeña fortuna. Ella soñaba a diario en lo que haría cuando él ya no estuviera. Pensó que él finalmente la dejaría ir cuando lo descubrió engañándola con otro hombre, pero él le dijo que no, que a quien amaba era a ella, que el otro era un pasatiempo, que estarían juntos hasta que la muerte los separara. Si me dejas, te busco, te mato, mato a los niños y después me suicido, finalizó él. Ella sabía que hablaba en serio.

Pero ahora... ahora es distinto. Los niños se han ido, son más grandes y más poderosos que él, sabe que no les puede hacer daño. Y ella... ella ha conocido a alguien, un aspirante a artista de quien cree haberse enamorado, pero no está segura de ser correspondida. El artista es joven y pobre y ella sabe que le dobla la edad, pero piensa que quizás si su pequeña fortuna le ayuda a impulsar su carrera, la verá con otros ojos. El problema sigue siendo él. En el lugar más profundo de su ser, ella sabe que él no la dejará ir, sabe que dentro de él se esconde un animal que ha estado agazapado todos estos años y sabe que a pesar de lo que ha dicho, él jamás le ha perdonado su desliz...

- "Yo los declaro marido y mujer, hasta que la muerte los separe"...

Ella oye los aplausos. Ve que él se le acerca, 25 años más joven, y la besa. ¿Ha sido un sueño? ¿O una premonición? Todavía aturdida baja los escalones tratando de no enredarse en el vestido de novia. Ve que los invitados mueven la boca, pero oye sus voces como si hablaran un idioma extraño, imposible de entender. Quiere correr, huir, no volver la vista atrás, pero sabe que está atrapada y que hará lo que él diga, hasta que la muerte los separe.

lunes, 3 de mayo de 2010

La Ley y el Deseo

Blue nos ha dado la idea para esta semana:

Elementos que hacen valioso un relato:

- Tener un personaje con caracteristicas definidas, que este tenga defectos y virtudes, ya no hay nadie completamente malo o bueno. Este personaje debe ser continuo en sus acciones, por ejemplo si es inteligente que lo sea siempre, a menos que tenga una justificación valida para hacer algo muy tonto.

- Debe relatar algo interesante o excepcional; dentro de los acontecimientos del relato hay dos líneas paralelas que son "La ley" y "El deseo"; la idea es que haya conflicto entre estos dos polos, ya que no es interesante una historia donde los personajes se muevan solamente por la ley o solamente por el deseo, ejemplo: un relato de unas monjitas haciendo una fila; ese relato en sí no sería interesante a menos que ocurra algo que rompa el curso predecible o donde las acciones se mueven en una sola área: "que una monjita se salga de la fila". Lo que ocurra con ese relato es lo que lo hará interesante o no. Si la monjita se sale de la fila y nadie dice nada ni hay reacción, deja de ser interesante también, pero si se genera alguna acción de parte su entorno, o la vemos recorrer un camino de aventuras y cosas nuevas, por ej., es cuando empieza a ponerse interesante.

- Debe poseer emotividad y producir identificación: identificación con las cosas que nos pasan a nosotros como seres humanos, desde las básicas a las mas complejas; tiene que ver también con la identificación de uno mismo puesta en el relato, cosas que tengan que ver con nosotros, que sea un espejo de lo que tu eres. Eso no significa que el personaje sea uno, o las cosas que se cuenten sean experiencias necesariamente reales, sino que en lo más profundo del relato estés tú.


La Tarea de esta semana será hacer un relato donde se cumplan con esas tres características, basándose en la premisa de "la ley y el deseo"; cuando se habla de deseo, en el caso de las monjitas, no significa que ella se saldrá la fila a hacer cosas poco santas, o si, eso quedara a criterio de quien escribe. El deseo es visto mas como un impulso vital e interno de encontrar algo mas allá, de romper con ciertos moldes, que hagan un relato interesante y poderoso.

En resumen el relato:
1.- debe tener un personaje de caractaristicas definidas.
2.- debe relatar algo interesante o excepcional que mueva al personaje de la ley al deseo o viceversa.
3.- debe poseer emotividad y producir identificación; que en lo más profundo del relato estés tú.


Bueno, la tarea ya está dada. Los plazos para subirla son desde ahora hasta el lunes 10 de mayo, o sea, tenemos una semana! A ponerse a trabajar!
Gracias Blue por la idea. Estoy ansiosa de leer los relatos de esta semana. Abrazo a todas! Macarena.

domingo, 2 de mayo de 2010

Propuesta de profesor invitado

Hola a todos.

Leía el anterior post de Maca y me di cuenta que posiblemente estemos en un impasse de escritores, pero creo que es normal, a fin de cuentas ni pagamos ni nos pagan por participar aquí, y desgraciadamente para algunos eso es excusa para no comprometerse con las cosas y eso puede crear inestabilidad en los demás.

Sin embargo, no nos enfoquemos en esas cosas negativas, veamos los puntos positivos que hemos logrado entre todos:

1. Tenemos nuestro taller literario y nuestro espacio para leer, escribir y aprender. Incluso en las polémicas que se han presentado hemos aprendido (a pesar de que la primera tuvo un fuerte impacto) y es normal estar en desacuerdo con los demás.

2. Tenemos unos cuantos amigos virtuales (aunque muchos de ustedes ya se conocían) pero es agradable saber que para cualquier cosa que escribes, hay alguien detrás de la pantalla que lo lee y opina, es decir, nuestra producción tocó a alguien en algún nivel.

3. Este es un espacio, por pequeño que sea, para dejar volar nuestra imaginación, y por lo visto nos hemos ido soltando bien, quizás por ahora no nos nominen a un Nobel de la escritura, pero por lo menos en mi caso me he divertido mucho leyendo los cuentos de mis compañeros y escribiendo para ellos.

Estoy segura que hay muchas más cosas buenas, lo importante es que los que estamos aquí tenemos el compromiso con el taller, con los compañeros y lo más importante, con nosotros mismos de compartir y aprender.

Luego de esa entrada filosófica quería proponerles alguito (si el profe lo aprueba, claro está), yo leo mucho una página de minicuentos que me encanta www.minicuento.com. Aquí podemos ver como un párrafo narra toda una historia agradable, sencilla y muy entretenida. El autor de la página se llama Alejandro Ramírez y personalmente creo que es un gran escritor. Podemos pedirle que nos de una "lección" virtual sobre técnicas para escribir minicuentos y luego, con base en eso, la tarea podría ser escribir un minicuento. Sería una especie de profesor invitado.

Si les gusta la idea me dicen, yo me pongo en contacto con él y le explico lo que queremos lograr. Él es una persona maravillosa y seguro que nos encuentra un hueco en su agenda :)

Quedo entonces a la espera de sus comentarios y de la aprobación de Tito y Maca.

Los mejores deseos para todos.

sábado, 1 de mayo de 2010

Los proyectos inconclusos y la tarea de esta semana.

Si hay algo que no me gusta, es dejar proyectos inconclusos. Si bien hay cosas que hago solo por un tiempo, ese tiempo, aunque a veces corto, es un ciclo, con un inicio y un final. Este taller lo inicié por una necesidad mía y esa necesidad, esa urgencia de escribir, no se me ha pasado/ido/quitado.

No sé bien que es lo que esperaba del taller. Soy realista. Sé que como en cualquier proyecto en el que participemos seres humanos algunos se quedarán en el camino, otros se irán, otros se unirán, y así, será un flujo constante de almas, como la vida misma, no? Me da pena ver el taller agonizando casi, pero no lo voy a dejar morir. Y para eso necesito ayuda. Yo no puedo hacer las cosas sola. Me gusta escribir, amo escribir, pero no tengo la formación ni los conocimientos suficientes como para dirigir este taller sola, ni como para hacer críticas "literarias" a los demás que escriben. Tampoco puedo obligar a nadie a participar y habrán veces en que participe mucha gente y otras en que seremos pocos. Solo espero no terminar escribiendo sola...

Y bueno, hablando de ayuda... Aún no hay tarea para esta semana, como me imagino que ya han visto. Si alguien quiere sugerir tareas son bienvenidas. También, de nuevo, si alguien tiene ideas de cómo mejorar el taller, experiencias que nos puedan contar de otros talleres, o lo que sea, no duden en comentar.

Gracias por participar en esto conmigo!

¿Cómo aprender a escribir?

Estimad@s; Como un aporte a nuestro querido taller subo un my buen articulo que encontre, en mi contante busqueda autodidactica de ser escritora. Espero les guste.
Blue.

Tomado del sitio http://www.leergratis.com/literatura/como-aprender-a-escribir.html

¿Cómo aprender a escribir?
La lectura como escritura
Por Germán Lacanna, en 4 de Mayo de 2008

¿Cómo escribir un cuento? La pregunta parece el título prometedor encontrado en algún folleto callejero que promueve algún tipo de taller literario. La pregunta conlleva una respuesta implícita: preguntarse sobre una manera o técnica de escritura significa que esa manera o técnica existe. Lo que a su vez significa que alguien tiene (¿escondida en un cajón?) una serie de leyes a seguir que facilitarían la producción literaria. Aviso: nunca he ido a un taller literario y siempre he querido saber que se enseña allí. En realidad la duda va más alla de ello: ¿se puede enseñar a escribir? ¿se puede aprender a escribir?

Creo que el riesgo más importante radica en la personalidad del maestro que maneja al taller ya que a veces puede incitar -conciente o inconcientemente- a escribir como él, o como le gusta a él. Este tipo de profesores terminan jugando un rol más dictatorial que de guía literario ya que sólo aceptan una visión única de los hechos: la suya. Algunos me dirán que no todos son así: es cierto. Otros me dirán que ese tipo de maestros son por lo general gente de renombre en la esfera literaria y que sus alumnos buscan convertirse en discípulos, como si se tratase de la vieja escuela pictórica del renacimiento. También es cierto, pero no por ello menos peligroso.

Quizás el mejor consejo que se le puede dar a las personas que quieren “aprender” a escribir es, sencillamente, “aprender” a leer. En ese sentido Borges no estaba tan equivocado cuando decía que todo lo que había leído era aún más importante que todo lo que había escrito. En esta “humilde” frase se encuentra concentrada toda una teoría sobre la literatura que, años después, generó (y sigue generando) repercusiones, ecos, en las diferentes áreas de la filosofía y del análisis literario.

La enseñanza principal de esta idea es la siguiente: toda escritura es siempre, y antes que nada, lectura. Escribir es siempre re-escribir. Esto quiere decir que cada vez que estamos escribiendo un texto, estamos en realidad re-escribiendo otro texto, citando otro texto.

Dos cuentos de Borges nos aclaran este concepto: “La biblioteca de Babel” y “Pierre Menard, autor del Quijote“. En el primero, el autor argentino imagina que el universo es una infinita biblioteca en la que basta con que un texto sea probable para que exista. Por ende, cualquier tipo de combinación de letras -tenga sentido o no- era suficiente para llenar las páginas de los innumerables fascículos perdidos en la biblioteca. Entre ellos existiría una suerte de Libro-Dios que contendría todos los otros libros en él; sin embargo, este Libro-Dios está perdido para siempre. De aquí se desprende una idea importante: todos las obras de la biblioteca son la re-escritura de ese Libro-Dios, son borradores, copias, de esa Obra Original.En “Pierre Menard, autor del Quijote”, Borges nos presenta una paradoja: un escritor francés que desea volver a escribir el Quijote, literalmente, pero sin copiarlo. Para entender mejor de que se trata leamos este párrafo:

Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo): … la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. [...]Menard, EN CAMBIO, escribe: … la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

Ponemos el acento en “en cambio” porque nos muestra la diferencia entre el texto “original” -el del Quijote- y la “copia” -el de Menard. Ambos fragmentos son morfológicamente iguales, sin embargo poseen sentidos diferentes, es decir, se pueden leer de maneras diversas: el estilo de Menard es arcaizante y afectado, él de Cervantes, desenfadado.

Ambos ejemplos nos ayudan a pensar la escritura como lectura: antes de ser escritor, se es lector y mientras mejor lector uno pueda ser, mejor escritor será. Esta idea excedió los dominios de la literatura y fue aplicada en diferentes campos de estudios. El filósofo francés Jacques Derrida, por ejemplo, desarrolla toda una teoría sobre el monolingüismo del otro que, resumiendo groseramente, argumenta que uno habla siempre una sóla lengua, pero esa lengua no nos pertenece: viene del otro, pasa por nosotros y se va. La lengua, como la escritura en nuestro caso, no nos pertenece, viene de otra parte. Así, escribir equivale siempre a citar un texto de otro. Y como ese otro texto se ha perdido para siempre (porque no viene de ninguna parte, porque es siempre cita de otro texto), la literatura sería una casa de citas, un palimpsesto: un texto borrado y vuelto a escribir.

Es interesante señalar como esta noción coincide con un fenómeno que advirtió hacia 1930 el ensayista alemán Walter Benjamin: en la época de la reproductibilidad técnica la idea del “alma” de una obra, vinculada a su originalidad y autenticidad, tiende a desaparecer; gracias (o por culpa, como prefieran los lectores) a los mecanismos de reproducción los objetos estéticos pueden ser copiados y reproducidos al infinito, haciendo que la idea del “original” su vuelva obsoleta. Hoy en día nadie se preguntaría por el original de un film cuando vamos a un cine o compramos un DVD; uno no dice nunca “he ido a ver el original de Titanic al cine” o “me acabo de comprar la copia de Titanic en DVD”, sería ridículo. Porque la idea de original desapareció, ya no hay originales, sólo hay copias (borradores) que circulan entre nosotros.

Volviendo al tema del taller literario, hay un ejercicio recomendado por Hernán Casciari que es el siguiente: escribir un texto cualquiera tratando de imitar al máximo el estilo de nuestro escritor favorito; releer el texto y encontrar las frases que no se parezcan en nada a la prosa de nuestro escritor y subrayarlas, ése es nuestro estilo.

Talleres literarios

Algo que me encontré y me pareció valioso compartir:


Fernando Pessoa: "vivir no es necesario; lo necesario es crear"

Consejos de los maestros escritores

Trabajo y más trabajo. Leer mucho y escribir más. Esa es la consigna de los literatos que conducen talleres. "Nadie puede inventar la pólvora literaria", coinciden. Pero sí recrearla.

Si los escritores fueran bailarinas, ningún aspirante a literato dejaría de pasar horas y horas ejercitando metáforas y subordinadas frente a la hoja en blanco. Si nadie se sube por primera vez a unas zapatillas de punta para protagonizar Cascanueces, tampoco se llega demasiado lejos en la escritura sin haber recorrido textos propios y ajenos: muchas, pero muchas veces.

Por eso, una de las principales tareas de los talleres de escritura y de sus responsables —los escritores que enseñan a escribir— es lograr que sus alumnos abandonen la soberbia pretensión de inventar la pólvora literaria y se acostumbren, desde el vamos, a leer mucho y escribir más.

"Muchas veces me toca trabajar como jurado en algún certamen y me encuentro con novelas escritas por alguien que, claramente, nunca terminó de leer una. Y yo no creo mucho en el salvajismo del escritor —dice Luis Chitarroni, crítico y autor de El carapálida—. Los escritores necesitan educarse y, a partir de esto, saber hacia dónde disparar".

Según Chitarroni, quien dirigió talleres desde 1986 hasta 2000, "creo que es posible enseñar a corregir, no a escribir. Se enseña a saber que quien escribe no está librando una batalla solitaria, sino que lo anteceden miles de años de narrativa. Se enseña a mirar en dirección a lecturas que puedan ayudarte. A conocer ciertas leyes del género y a intentar trasgredirlas con éxito".

Lugares de pertenencia donde encontrar pares y compartir inquietudes y búsquedas, "a los talleres llegan todo tipo de personas. Desde gente que desea que le enseñen a escribir mágicamente, como si uno fuera un gurú, hasta otros, mucho más dispuestos a trabajar —dice el escritor Alberto Laiseca—. Yo siempre le digo a mis alumnos que la literatura es un camino tan largo como querer aprender física teórica. Nadie pretendería que te la enseñen de un día para el otro. Así que muchos se desmoralizan cuando empiezan a ver que la cosa es difícil, ¡pero si la literatura es difícil!", se —casi— asombra Laiseca.

El autor de Los Soria y Poemas chinos, quien dicta talleres grupales de escritura privados y en el Centro Cultural Rojas, estimula a sus alumnos a trabajar con diversos ejercicios destinados a despertar la imaginación, "que es lo que más me interesa: más que la gramática o el estilo. Vos no te preocupes, despertá tu imaginación primero. Abierta esa puerta, las otras se abren trabajando. El otro elemento imprescindible es la humildad, sin la cual se llega a los peores desastres en la guerra, en el amor o en la literatura. Al que es poco humilde, se lo come el sapo de la hipercrítica".

Convocar a la sensibilidad o a la experimentación, a desarrollar miradas y puntos de vista inéditos, es el camino elegido por la escritora Gloria Pampillo, hoy titular de la cátedra de Expresión I de la carrera de Ciencias sociales, de la UBA. Un taller con la increíble suma de unos 900 alumnos anuales, muchos de los cuales llegan pletóricos de toda clase de estereotipos sobre cómo y qué escribir.

"A escribir se aprende y todos pueden hacerlo", asegura la autora de "Costanera sur", y de varios volúmenes sobre el trabajo literario (El taller de escritura y Con las manos en la masa —junto a Maite Alvarado—, entre otros). Para lograrlo, Pampillo propone ejercicios de escritura y lectura basados en juegos, personajes y elementos disparadores tan diferentes entre sí como un objeto, un elemento, un grupo de palabras cualquiera.

"A veces, les proponemos partir de una determinada consigna: probá con esto, vamos a explorar por este lado, sin explicarle demasiado qué tiene que hacer. Otras veces elegimos como punto de partida una frase, el título de un libro. Por ejemplo éste: 'Sombras suele vestir', de Pepe Bianco... ¿no puede ser un disparador para escribir un relato? Otro ejercicio es proponerle a una persona que describa un objeto sin decir qué es, sin nombrarlo. Y obligarla así a mirarlo, como si nunca antes lo hubiera visto: con esa 'mirada extrañada' que proponían los formalistas rusos. Eso, y mucha lectura, lectura, lectura, que es el insumo básico para todos los escritores. Porque eso que has leído es tu almacén, tu gran almacén del saber. Siempre estamos transformando lo que ya leímos", subraya.

Toda una decisión la de quienes, superados cotidianamente el miedo y la pereza, decidan zambullirse para siempre en la tarea de la palabra. Casi un cambio para siempre en la escala de valores.

Como escribió una vez Fernando Pessoa: "vivir no es necesario; lo necesario es crear"


Por: Alejandra Toronchik.